Doloroso destierro nicaragüense

 
 
 

El emotivo abrazo de Miguel Mora, fundador de 100% Noticias, con su colega Lucía Pineda en el hotel Westin el 10 de febrero 2023. Foto por Dagmar Thiel

Del encierro en una celda al desamparo en un país ajeno

Nota del editor: Doscientos veintidós presos políticos de Nicaragua llegaron el jueves 9 de febrero a Washington, D.C. en un vuelo charter y recibieron un parole humanitario del gobierno de Estados Unidos para ingresar al país. Muchos de ellos estuvieron presos desde 2018 cuando se iniciaron las protestas estudiantiles y campesinas en Nicaragua. Otros fueron arrestados a partir de 2021, año de las elecciones en las cuales Daniel Ortega fue reelegido presidente, mientras siete precandidatos presidenciales fueron encarcelados. Dagmar Thiel, quien como activista por la libertad de expresión ha levantado su voz por los periodistas injustamente encarcelados, nos narra lo que vió y escuchó a la llegada de los refugiados a la capital estadounidense.

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La cárcel es cruel, pero el destierro puede ser aún más infame. Llegar a los Estados Unidos ha sido para los refugiados políticos nicaragüenses como una montaña rusa de sentimientos y el miedo es el que gana la batalla. Eso es lo que se respiraba en el hotel Westin cerca del aeropuerto de Dulles en Virginia, donde el Departamento de Estado desplegó el centro de operaciones de acogida para recibir a las 222 personas que el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo decidió expulsar de las cárceles de Nicaragua, con el fin de pedirle al gobierno de Estados Unidos “que se lleve a los mercenarios”.

Desde 2018 la dictadura ha encarcelado a 245 presos políticos y los ha sentenciado hasta con 50 años de cárcel. Entre ellos están siete precandidatos presidenciales y muchos miembros de la oposición. Pero también hay periodistas, representantes de oenegés, críticos del régimen, miembros de la cúpula empresarial, banqueros y profesores universitarios y de primaria. Hay campesinos y estudiantes, que fueron los primeros en levantar la protesta contra el régimen en abril de 2018, chicos que apenas sobrepasan los 20 años y han pasado ya una cuarta parte de su vida tras las rejas. Hay ex guerrilleros que lucharon con Ortega contra la dictadura de Somoza en los años 70 y religiosos católicos, a quienes se les ha prohibido dar misa. E incluso hay ex miembros del aparato represivo del régimen actual, cinco de los cuales también llegaron deportados a Washington.

La deportación los tomó por sorpresa cuando la noche del 8 de febrero fueron sacados de sus celdas y llevados en buses a la base aérea. Los montaron en un avión con un pasaporte recién impreso en sus manos — un pasaporte cuya validez no tienen muy clara, porque la Asamblea orteguista se apresuró a realizar un cambio constitucional que decreta la pérdida de la nacionalidad para los “traidores a la patria”. El gobierno además borró de un día para otro los registros de los desterrados del Registro Civil. Quienes han pedido iniciar trámites para dejar a sus familiares la patria potestad de los hijos quedados, no lo han podido hacer porque simplemente “ya no existen”.


La risa se transforma en dolor cuando piensan en los hijos, padres o parejas que quedaron en Nicaragua y que no saben cuándo podrán volver a abrazar.


Para los excarcelados hay muchas razones de júbilo que han celebrado con risas y muchos abrazos en libertad, abrazos que eran prohibidos en el encierro. Abrazos con familiares y amigos que han llegado a recibir a un tercio de los refugiados. Júbilo porque han dejado las mazmorras en las que algunos estuvieron en celdas de aislamiento de 2x2 metros completamente selladas y sin derecho a salir al sol. O las celdas algo más grandes que compartían dos, cuatro o seis personas, y donde hacían ejercicio de uno en uno mientras los demás se quedaban quietos en sus literas. Celdas que, según la suerte, tenían solo un tubo por el cual defecar, o quizá un inodoro y, si eran muy afortunados, hasta agua.

El júbilo es grande por ser tratados con dignidad en EE. UU. y saberse afortunados de recibir un trato preferencial de las autoridades migratorias para su parole humanitario. Disfrutan de la comida, del baño caliente, de una ventana desde la cual ver el amanecer o una puerta por la cual salir al sol. Aunque adaptarse a las comodidades no es fácil; muchos durmieron en el piso de su habitación, porque tras meses en un catre de cemento, les resultaba insoportablemente blando el colchón del hotel.

Abrazos durante una dinámica de apoyo emocional en el centro de operaciones de acogida montado en el hotel Westin. Foto cortesía de Efecto Cocuyo

Pero la risa se transforma en dolor cuando piensan en los hijos, padres o parejas que quedaron en Nicaragua y que no saben cuándo podrán volver a abrazar. La avidez por contar lo que han vivido se transforma en pánico al pensar que se publique su nombre y que, ahora que las cárceles están vacías de presos políticos, las llenen con sus seres queridos. Miedo que sus cuentas de Facebook sean usadas para inculpar a otros de ciberdelitos, o montajes para encarcelarlos.

Y este cruel destierro distingue también entre los refugiados VIP, cuyos nombres han llenado las páginas de denuncias, y aquellos que solo han sido un número en las estadísticas de la despiadada dictadura. En su mayoría son campesinos, estudiantes, hombres y mujeres sin ninguna actividad política que por un capricho del sadismo sandinista fueron acusados de cargos inventados. Los más afortunados tienen familiares o amigos que los acogen y los ayudarán a adaptarse a un país que no escogieron como destino.

Pero al menos 100 no tienen referentes en EE. UU. y dependen de la ayuda humanitaria de la diáspora nicaragüense y oenegés solidarias. Ellos se enfrentan a la enorme incógnita de cómo pasar del encierro en una celda a la infinitud del cielo abierto de los sin techo. A la falta de asidero de cómo comenzar una nueva vida con los $300 dólares que entregaron a cada refugiado. A la disyuntiva de comprar un cepillo de dientes y unos zapatos o enviar el dinero a Nicaragua para que coman sus hijos. En Nicaragua, esos $300 son más de un sueldo básico, y que aquí se les irán en un abrir y cerrar de ojos.

De Virginia han partido a las casas en distintos estados, pero todos saben que un invitado se hace pesado tras varios días y ven con incertidumbre su futuro de apátridas. Expulsados de su tierra y de sus vidas, cargan con las heridas de las torturas físicas y emocionales. Luchan contra las secuelas que el maltrato sembraron en su salud. Intentan fijar las ideas después de meses de no tener permiso para hablar, mientras responden a las mil preguntas de periodistas. Tratan de hilar sus pensamientos o controlar el tartamudeo que les dejó la tortura. Y con ropa que han recibido de las donaciones se protegen del frío invierno que les recuerda la distancia de su caribeño país.

País del cual, un refugiado se despidió besando con la mano el suelo antes de subir las escalinatas del avión el 9 de febrero, con total incertidumbre de cuándo volverá a su “Nicaragua, Nicaragüita”. Evoca la canción que compuso Carlos Mejía Godoy para celebrar la derrota de los somocistas en 1979 y que, con lágrimas, entonan hoy todos los exiliados al cantar “ahora que ya sos libre… yo te quiero mucho más”.

Una final de Catar

La vocación de periodista deportivo no la dejó ni siquiera en la cárcel. Pese a que parte de la tortura del aislamiento era privarlos de toda noticia, Miguel Mendoza narró la final del mundial de fútbol en Catar 2022 desde su completo desconocimiento. Lo hizo oyendo por una pequeña ventanita en la litera superior de la celda del centro policial conocido como “El Chipote”, que compartía con cuatro compañeros más, entre ellos, Juan Lorenzo Holmann, el gerente general del periódico La Prensa. Ese día oían cada tres minutos los gritos de los moradores cercanos a la cárcel y comenzaron a apostar qué países habían pasado a la final. Miguel les dijo, “Neymar ha metido tres goles en seis minutos”. Al oírle narrar la victoria de Brasil, Juan Lorenzo le dijo, “Lo dudo. Debe ser Alemania la que gana por penales”. La oferta de Miguel de “regalar su casa en el mar” al carcelero o la enfermera que les llevaban medicinas no sirvió para conseguir el resultado y romper la tortura del silencio. El triunfo de Argentina recién lo conocieron en la visita familiar del 25 de diciembre, una semana después de la final de Catar. Con su destierro en Estados Unidos, Miguel Mendoza pasará de imaginar una cancha a narrar su mayor pasión: el béisbol, pues ha sido acreditado para cubrir el World Baseball Classic en Miami este marzo.

Miguel Mendoza, cronista deportivo liberado tras casi 600 días de detención acusado de ciberdelitos. Foto por Miguel Andrés

Una salida espectacular y un futuro incierto

Miguel Mora, el fundador del canal 100% Noticias que fue incautado por el régimen de Daniel Ortega, califica la excarcelación como “espectacular”. Como una película. “Espectacular como nos recibió la tripulación del Boeing 747. Espectacular los rostros de la gente que estaba allí, los políticos nicaragüenses, de la sociedad nicaragüense”, dijo.

Pero lo que más le llamó la atención fue la cantidad de jóvenes que estaban en ese avión y que habían estado detenidos desde 2018 cuando fueron las manifestaciones que dieron inicio a la brutal represión. “La mayoría no éramos los que estábamos en los titulares (de los medios) sino esos jóvenes. Fue como un rescate de los jóvenes de rostros desconocidos”, expresó.

Las dos Marías sentadas en la barra del hotel Westin, donde fueron alojados los refugiados nicaragüenses a su llegada en el vuelo charter. Foto por Dagmar Thiel

Ambas se llaman María y tras 15 meses de detención aún no entienden por qué las detuvieron. Comparten el mismo nombre y el mismo infortunio. Al igual que muchos de los desterrados, no quieren dar su nombre completo porque temen las represalias contra sus familias. Ellas fueron detenidas el 6 de noviembre 2021, un día antes de las elecciones presidenciales, y condenadas a ocho años de cárcel por “terrorismo contra el estado”. Sentadas en la barra del hotel donde fueron acogidos los desterrados, miran con absoluta incertidumbre su futuro. No conocen a nadie en Estados Unidos. Nunca soñaron con emigrar y dejan atrás hijos, esposos y padres enfermos. La celda las unió durante estos meses de sufrimiento. Organizaciones solidarias les consiguieron dos casas de acogida en estados diferentes y se tendrán que separar pese a ser lo más cercano a un familiar que tienen en esta lejana tierra de su natal Nicaragua, donde, a pesar de estar encerradas, veían de mes en mes las caras de sus hijos y otros seres queridos que no saben cuándo podrán volver a ver.

Dagmar Thiel es una periodista ecuatoriana-alemana y dirige la oficina de Fundamedios en Estados Unidos desde 2018 para promover la libertad de expresión en la región. Desde 2019 ha trabajado en apoyo a la prensa independiente de Centroamérica y el Caribe con el desarrollo de planes de supervivencia y desarrollo de modelos de negocio para medios digitales. En 2020 publicó el estudio sobre la discriminación de periodistas latinos en los Estados Unidos y en 2021 la investigación “La videovigilancia en Ecuador vulnera los derechos ciudadanos.” Es colaboradora habitual de palabra y mentora para Altavoz.  Tiene una amplia experiencia en comunicaciones, asuntos públicos, reputación institucional y sostenibilidad corporativa.

 
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