La Virgen Morena Y Sus Guadalupanos
Lo que vio el indigena Juan Diego en 1531 cambió la Nueva España. Cinco siglos después, ¿por qué tantos mexicanos y mexicano-americanos siguen siendo devotos de la Virgen de Guadalupe?
Carolina Llamas Castillo sostiene el rosario y casi sin darse cuenta avanza las cuencas con sus dedos mientras reza un Ave María tras otro. Se hinca al lado de su madre para recitar las letanías. La noche del 11 de diciembre es un ruega por nosotros tras otro, en espera de que llegue la medianoche para celebrar a la Virgen de Guadalupe, la Morenita del Tepeyac.
Como cada año, Llamas Castillo se viste como san Juan Diego. Ya es una tradición en su familia. Honran a la Madre de Dios, pero también al pueblo indígena al que se le apareció. “Viví los milagros en carne propia y no hay nada en este mundo que me haga dudar de mi fe en Dios y en ella”, cuenta.
Gracias a tres favores, asegura Llamas Castillo, le tendrá devoción eterna. “El primero es el haber traído de regreso a mi hermano sano y salvo de la guerra cuatro veces, tuvo dos tours en Iraq y dos tours en Afganistán”, enumera la mexicana de 26 años. “El segundo, haber sanado a mi prima de algo que creíamos tenía raíces satánicas”, continúa. El tercero es aún más personal. “Según mi mamá fue que yo lograra nacer con bien, ya que nací a los 7 meses y con complicaciones”, concluyó la experta en mercadotecnia.
La familia de Llamas Castillo es de Guadalajara, México, pero vive en Arizona. Llegaron a Estados Unidos cobijados con la fe, en medio de la incertidumbre que le da migrar. Quizá es la nostalgia la que les permite seguir con la tradición, quizá es la devoción de saber que algo más grande, poderoso e incondicional los protege. Rezan en dos idiomas, con dos culturas, pero con el mismo credo. Y no son los únicos. Hace unos 500 años, los indígenas mexicanos hacían lo mismo.
Testigos en todas partes
En 2009, Roberto Guerrero, de Parral, Chihuahua, México, tuvo complicaciones médicas que lo ataron a una silla de ruedas y asegura que gracias a las oraciones que elevó a la Virgen Morena y a Dios, se le cumplió el milagro de caminar. “Yo soy testigo de que su hijo Jesús le hace caso, pues yo le pedí mucho que pudiera caminar y después de estar inválido, al menos ya camino”, expresa.
Hace 18 años, Guadalupe Gastélum pidió su intercesión para salvar la vida suya y la de su hija, “y aquí estamos las dos Lupitas”, dice.
Antonio García tuvo problemas con la custodia de sus hijos y terminaron en el sistema de la agencia de protección del menor y la familia (CPS, por sus siglas en inglés). “Le juré a mi esposa delante de la Virgencita que los íbamos a recuperar y sé que muchos no pensarán que fue un milagro, pero para mí sí lo fue”, recuerda el migrante mexicano.
Un fenómeno perdurable
Cada año, más de 10 millones de personas llegan a la Basílica de Guadalupe, en la Ciudad de México, para venerar a la Virgen del Tepeyac. (Hoy en día, el santuario se encuentra entre los sitios religiosos más visitados del mundo.) En ese mismo lugar en el que se le apareció a san Juan Diego le cantan, le rezan, le bailan y la festejan con rosas. Lo hacen así desde 1531.
Cuando los españoles conquistaron México y comenzaron las labores de evangelización en nombre de la corona, los nativos preexistentes – los mexicas – adoraban a sus dioses, que nada se parecían a las deidades religiosas; pero había una figura en especial que representaba para ellos la fertilidad, la vida y la tierra: Tonantzín, que en la lengua náhuatl significa “nuestra madre”. Viajaban kilómetros hasta el Cerro del Tepeyac para hacerle ofrendas, incluso sacrificios. Pero fue en ese mismo lugar donde la historia cuenta que la Virgen de Guadalupe se le apareció tres veces a Juan Diego y le dejó un manto divino con su imagen que aún se conserva íntegro en la Ciudad de México. ¿Coincidencia?
La Virgen se manifestó tres veces a Juan Diego, en su lengua, con sus ojos y piel, como si fuera uno de ellos, como si fuera la madre del pueblo y de Cristo, la deidad de todos. Esto fue lo que le valió a la Iglesia Católica la devoción de los mexicas. Para ellos no era que una figura desplazará a la otra, sino que se mezclaron entre las rosas que nadie había visto florecer antes en la Nueva España. Lo criollo, lo mestizo y el indígena se consolidaron en la tilma milagrosa: el estandarte de la patrona de México.
La Morenita representa lo religioso y lo profano; un país y un emblema cultural; una institución y la herencia de los pueblos originales; es el contraste, la fe, el patriotismo, lo sagrado, la humildad y lo majestuoso. Es la fusión de lo divino, lo real y las ganas de creer.
Peregrinar en cuerpo y espíritu
Los guadalupanos le cumplen sus mandas y las promesas que juraron al atravesar países o dificultades, de migraciones forzadas o mudanzas voluntarias, de noches de incertidumbre y días de agonía, de duelos a la distancia, de mutaciones, nacimientos y despedidas. Le piden su consuelo, su intercesión o su compañía. Lo han hecho así desde que apareció en el manto de Juan Diego. La Virgen de Guadalupe acompañó a Miguel Hidalgo en el estandarte de la Independencia, su imagen engalana la catedral de Notre Dame, está en los camiones urbanos, en la Placita Olvera en Los Ángeles, en las ruinas guatemaltecas de Antigua, en el corazón de Manhattan y, ahora, hasta en la Casa Blanca.
Para el mexicano es mucho más que un credo o un culto, es una cuestión de identidad
Millones más hacen peregrinaciones hasta el mismo cerro que visitaron sus ancestros. Pero hay otros cientos de miles de devotos más que tienen que conformarse con una imagen de la Guadalupana porque no pueden cruzar fronteras ni embarcarse en travesías largas a pesar de su fe. Adornan sus hogares, templos y cuerpos con imágenes de la Virgen, se la cuelgan en el cuello o en la sala, la traen en la cartera, la tienen en un altar personal, la pintan en murales y en las ventanillas de los autos, la traen consigo siempre, en estampas, tatuajes, milagritos o en la memoria: sí, la añoranza también cuenta.
Hay algo de la fe en la Guadalupana que va mucho más allá que la religión. Hay quienes la veneran o respetan a pesar de señalar, criticar o condenar a la iglesia. También hay millones de católicos por herencia y conveniencia y otros tantos que reniegan de la doctrina inculcada en la infancia y cambian de creencias pero siguen firmes en el dogma de la Morenita. Para el mexicano es mucho más que un credo o un culto, es una cuestión de identidad.
Por eso cada 11 de diciembre hay velaciones en hogares y templos. Prenden veladoras que representan las llamas de la fe que se encienden en honor a la Madre de Dios. Hay plegarias, muchas, y unas ganas de creer que hay un manto maternal más allá que ofrece el mismo cobijo que los brazos divinos. Y, luego, verla, ahí rodeada de estrellas, con los ojos rasgados y la piel morena es como el reflejo en el espejo. También san Juan Diego, que representa mucho al migrante: el vulnerable, a veces indefenso, pero siempre resiliente, el afligido… el más pequeño; ahora santo.
La pandemia
El año pasado hubo novenarios virtuales y misas televisadas; serenatas en redes sociales y unas cuantas velaciones en casa. En este 2021, a pesar de la amenaza de una variante nueva del coronavirus, habrá peregrinaciones y desfiles. Los matachines volverán a portar sus coloridos trajes y danzarán hasta las catedrales, las bandas retumbarán en carros alegóricos y las niñas se vestirán como la Virgen para representarla en batangas adornadas con flores y hasta un san Juan Diego con su manto milagroso. El mariachi llevará serenata y las misas se llevarán de coro de júbilo por el redescubrir la tradición.
En una patria ajena, a veces nuestra y otras prestada, la fe se pone a prueba con mayor frecuencia: el arraigo, los recuerdos, la nostalgia, la disparidad social, el racismo, la frontera, la pandemia, los silencios y la misma naturaleza. Es casi un milagro no perderla a pesar de algo.
Acá, donde echamos nuevas raíces que se conectan a escondidas con nuestra tierra, qué ganas nos dan de creer en algo y qué bálsamo que sea ella.
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Maritza L. Félix es una galardonada periodista independiente, productora y escritora en Arizona. Es la fundadora de Conecta Arizona, un servicio de noticias en español que conecta a las personas en Arizona y Sonora principalmente a través de WhatsApp y las redes sociales. Es coproductora y copresentadora de Comadres al Aire. Maritza es becaria senior del programa John S. Knight Community Impact Fellowship en Stanford, así como de la Asociación de Escritores de Educación, Feet in 2 Worlds, “Adelante” de la International Women's Media Foundation, y de Listening Post Collective. Actualmente forma parte del programa de liderazgo en periodismo Executive Program in News Innovation and Leadership in Journalism de Craig Newmark Graduate School of Journalism en City University New York.