Los niños que se quedaron
La violencia que encuentran los migrantes centroamericanos en su camino hacia el norte puede ser fatal. También amenaza el futuro de los niños que se quedan
Nota del editor: Haga click aquí para leer el reportaje en inglés.
Ella llevaba una pequeña maleta en los hombros y un rosario en el cuello. Juraba regresar con dinero para sacar adelante a los niños. Pensaba quedarse en el norte unos tres años. Cuando volviera a Guatemala, se iban a casar.
Ella le recordó todo eso el 11 de enero de 2021 y fue la última vez que César Ambrocio y Dora Amelia López Rafael hablaron, planearon y soñaron juntos. Once días después, el 22 de enero, César recibió una noticia desgarradora.
En Camargo, Tamaulipas, México se había localizado una camioneta blanca que se había prendido en llamas. En su interior había 19 migrantes calcinados. En ese momento no había certeza de que todas las víctimas fueran guatemaltecos, ya que en las redes sociales circularon las fotografías abruptas y la noticia se viralizó. Conforme pasaron los días, sin embargo, se fueron identificando los cuerpos y sus nacionalidades. La mayoría habían tomado la ruta del migrante desde dos poblaciones hacia el sur-occidente de la Ciudad de Guatemala: Comitancillo y Sipacapa. Poco después se constató que Dora iba dentro de la camioneta y que había fallecido.
Luego de 12 días, el fiscal general de Tamaulipas, México, Irving Barrios Mojica, anunció la detención de 12 policías estatales por su presunta participación en la masacre. El juicio contra estas autoridades inició el pasado agosto. “La mayoría de los oficiales involucrados en el asesinato masivo pertenecían a una unidad de fuerzas especiales de Tamaulipas cuyos miembros han recibido entrenamiento por parte de Estados Unidos”, de acuerdo a un reportaje de Vice World News.
La tragedia dejó a 10 menores huérfanos, incluyendo los tres hijos de César y Dora, según datos compilados por palabra., en base a entrevistas con la familias e información del Consejo Nacional de Atención al Migrante Guatemalteco (CONAMIGUA). Este balance trae a la luz la realidad de una infancia secuestrada por la necesidad de migrar y marcada por el trauma de la pérdida de un progenitor. Las separaciones que suceden una vez que las familias llegan a Estados Unidos han sido el enfoque de mucha cobertura mediática, pero poco se habla de qué pasa con la niñez que permanece en Guatemala.
Las niñas y niños, si tienen suerte, se quedan a cargo del progenitor que no viajó y en otros casos bajo la tutela de tíos, abuelos o incluso vecinos. Cuando los menores se quedan atrás, la tristeza y orfandad se vuelven factores determinantes para que logren desarrollarse socialmente con seguridad. Los niños en algunos casos carecen de un tutor que cuide de su higiene personal, sufren falta de constancia en sus estudios y baja autoestima que incluso puede llegar a depresión infantil, según describen familiares de los niños, maestros y expertos.
El duelo en un niño
César Ambrocio cuenta cómo es su día a día con sus hijos luego de la muerte de Dora, quien tenía 23 años. Hace pausas para contener las lágrimas. Sentado en un banco de madera al lado de sus pequeños en una casa de lámina y block en el municipio de Sipacapa, explica que el comportamiento de sus pequeños se ha visto afectado. Los tres han tenido cambios radicales en sus personalidades. El mayor no muestra interés por realizar sus tareas de la escuela y el segundo se molesta por cualquier cosa.
“En cualquier momento ellos preguntan por su madre: ‘¿Cuándo la vamos a ver? ¿Dónde está? La queremos ver’. Se me ha hecho muy difícil explicarles la situación”, dice César. “Por su corta edad no dimensionan lo que pasó ni que cuando una persona fallece jamás regresa, no lo entienden”.
César tiene 30 años y es policía nacional. Desde que esto sucedió ha tenido que balancear su trabajo y el cuidado de los tres niños de 7, 5 y 3 años. La hermana de César cuida de los niños cuando él está trabajando. Él no es padre biológico de los pequeños y cuando inició la relación con Dora hace cuatro años, decidió hacerse cargo de ellos incondicionalmente, logrando ser ahora una figura de padre excepcional.
“A veces disimuladamente me salen las lágrimas e intento que no me vean, pero es difícil y me preguntan: ‘¿Por qué estás llorando papá?’” Solo les responde que llora de alegría para que ellos no se sientan mal.
El niño más pequeño se pone a llorar con él a veces. Su segundo hijo le hace bromas cuando ve que eso sucede, cuenta. “Hay un río cerca de donde estamos y les digo: ‘Mejor vamos al río’. Y así con tal de que se les olvide a ellos”, dice César.
“Por su corta edad no dimensionan lo que pasó ni que cuando una persona fallece jamás regresa, no lo entienden”.
La decisión de que Dora viajará la tomaron juntos como pareja. Ella quería que su hijo mayor tuviera la oportunidad de estudiar para ser ingeniero o médico porque mostraba mucho potencial como estudiante.
“Lamentablemente ese sueño que ella tenía terminó”, dice César.
Comunidades de bajos recursos
Para César no ha sido fácil sustentar a sus tres niños. Cuando se enfermaron de COVID-19, pese a la gravedad de su condición, en el centro de salud de Sipacapa no pudieron atenderlos por falta de recursos en la clínica.
“No hay ese apoyo, entonces lo que hice fue llevarlos con un médico privado porque no me quedaba de otra. A ellos les dio fiebre y tos. Por suerte, gracias a Dios, ellos están mejor”, narra.
Sipacapa, a poco más de cuatro horas al occidente de la Ciudad de Guatemala, tiene una población de casi 22,000 habitantes y la mayoría es de origen maya. Un 90% de las personas de ese municipio vive en la pobreza, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) del 2011. Un dato más reciente de 2018: En la municipalidad de San Marcos, cerca de Sipacapa, es que un 82% de la población vive en condiciones de pobreza o pobreza extrema.
Además, el Ministerio de Educación de Guatemala cerró las escuelas el 16 de marzo del 2020 debido a la pandemia. Ese ha sido otro desafío para César y sus niños.
“Solo dejan tarea en un cuaderno, ni siquiera reciben clases virtuales o algo”, comparte, agregando que a diferencia de la ciudad “aquí donde vivimos no contamos con escuelas especializadas o centros de salud que den una buena atención”.
Según el censo 2018, si bien 7 de 10 hogares guatemaltecos cuentan con un televisor, solo dos tienen una computadora en casa y muchos menos tienen acceso a Internet. En las comunidades rurales la brecha digital es enorme.
Esa escasez de recursos para la salud pública y educación contrasta con el desarrollo minero en la zona.
En Sipacapa surgieron los primeros proyectos mineros de extracción de oro y plata bajo la Ley de Minería de 1997, la cual fue creada para favorecer a empresas multinacionales como Glamis Gold y Montana Exploradora que operaron en la región por muchos años. Luego de extraer 63.2 toneladas de oro y ganar aproximadamente $4.4 mil millones, en 2017 ambas minas dejaron de funcionar. La tensión entre la empresa minera y la comunidad fue difícil durante 12 años: la población denunciaba el impacto ambiental generado por la extracción de oro a cielo abierto. La riqueza que extrajo la industria minera no se vio reflejada en recursos para la comunidad.
La migración ha sido parte de la historia de Sipacapa, pero no hay estadísticas específicas de cuántas personas de dicha municipalidad migran al norte. El Instituto Nacional de Estadística Guatemala (INE) reportó en el censo 2018 la cantidad de emigrantes por hogar a nivel nacional. Un 66.7% indicó que solamente un integrante vivía fuera del país.
Las niñas y los niños que se quedan
Desde el 2016 hasta marzo de este año, más de 249,000 guatemaltecos adultos han sido detenidos en la frontera sur de Estados Unidos en su intento de migrar, de acuerdo a datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de dicho país (CBP, por sus siglas en inglés). Las cifras de personas que intentan viajar al norte sin sus familias se han duplicado en comparación con el año pasado.
Las autoridades de migración no tienen estadísticas de cuántos niños hay en Guatemala cuyos padres han migrado. Lo que sí está claro es el impacto psicológico de la separación.
“Hay pérdida de vínculos afectivos o desapego emocional y eso influye mucho en los vínculos familiares”, explica la psicóloga y abogada Linda Rivera, egresada de la Universidad de San Carlos de Guatemala con especialidad en niñez y adolescencia migrante. Esto puede causar que sufran de inseguridad, baja autoestima y dificultades de adaptación a su entorno con problemas de agresividad, agrega.
En algunos casos, si los niños crecen sin una figura de autoridad o cuidado, esto puede generar una desestabilización emocional, de acuerdo a la psicóloga. La falta de una red de apoyo puede llevar a la deserción escolar o bajo rendimiento educativo. Por lo tanto, carecer de este tipo de soporte también puede limitar sus posibilidades de avance educativo y laboral e impedirles conseguir estabilidad emocional, agrega Rivera.
Esto es algo que Francisco Pérez ve a diario en su cargo como director de la escuela del Porvenir Candelaria en Comitancillo, San Marcos.
“Los niños sufren un trauma y no dan el 100 % en clases por la tristeza. Cada día piensan en sus padres que ya están allá”, dice Pérez.
Los niños viajando al norte también es un factor. Según el Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2020, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) un total de “los menores no acompañados siguen siendo un componente importante de los flujos migratorios irregulares”.
Entre octubre de 2020 y marzo de 2021, más de 18,000 menores que viajaban solos fueron detenidos en la frontera sur de Estados Unidos.
Los maestros intentan darle ánimo a los estudiantes, recordándoles que sus familiares les están enviando un apoyo económico, explica Pérez.
“Vemos y observamos en cada niño o niña que cada vez está más sucio, descuidado. Además debe esmerarse solo por levantarse porque su madre ya no está. El apoyo incondicional hacia el menor ya no existe luego que la madre viaja al norte”, dice el educador.
La Secretaría de Bienestar Social es la agencia gubernamental en Guatemala a cargo de darle seguimiento y apoyo a los casos de estos niños. Cuando palabra. solicitó una entrevista para este reportaje no fue concedida.
En los casos en los que los niños pierden a sus padres en un hecho trágico cuando van rumbo a Estados Unidos, hay muchas otras implicaciones económicas, además de las emocionales, explica Álvaro Caballeros, sub-secretario ejecutivo de CONAMIGUA.
En muchos casos “las familias asumen deudas y grandes compromisos financieros” poniendo en riesgo su patrimonio familiar, desde su terreno y automóvil a su vivienda, dice Caballeros, agregando que “se convierte en un deterioro tremendo de la economía familiar”.
La noticia de los migrantes asesinados en México desató un luto nacional en Guatemala. A nivel comunitario se desplazaron cientos de personas que acudían a la casa de cada familiar de las víctimas a dejarles víveres o dinero y acompañarlos en su dolor.
“Conocemos a nuestra juventud. Son gente de trabajo, gente humilde. Además de eso, en Comitancillo se vive una pobreza grande y que le pase esto”, dice Héctor López Ramírez, alcalde municipal. “Pedimos que se haga justicia en México y que el gobierno tome cartas en el asunto... que los gobiernos se pongan de acuerdo para hacer las paces y salir de la pobreza, que dejen pasar a los migrantes sin llegar a este extremo de asesinarlos”.
Han existido convenios y procesos por parte del gobierno de Guatemala y México para el resarcimiento a las familias por el asesinato de sus allegados, pero hasta el momento la ayuda no ha llegado y siguen en espera. Un anuncio publicado en la página del Congreso de la República de Guatemala explica que el tiempo estimado para que las familias reciban la ayuda económica depende de los procesos judiciales del Estado de México, ya que las autoridades guatemaltecas no pueden interferir.
“La verdad yo comprendo la situación de las personas cuando uno vive algo así de difícil, aunque intentemos apoyar, la comunidad tiene sus penas, su trabajo y pues no he recibido ningún apoyo por el momento”, dice César.
Pero César tiene poco tiempo para hacer una pausa y preocuparse por la situación, su prioridad son los sueños de sus hijos.
“Yo los contemplo con libros y se ponen a leer o jugar y les he preguntado qué quieren ser cuando sean grandes. Ellos me dicen: ‘Nosotros vamos a estudiar y cuando crezcamos vamos a ser médicos’. Por la situación de mi trabajo (de policía) ellos me dicen, sobre todo el segundo hijo: ‘Si algún día papá te van a herir, yo te voy a curar porque sueño con ser médico’”.
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Diana Fuentes Pérez, es periodista profesional, y freelancer. Corresponsal en Guatemala de Radio Francia Internacional (RFI). Vive en San Lucas Sacatepequez y es creadora del Podcast Diana Fuentesfp.