Los tres sueños de Rocío

 
 
 

Rocío Calderón es una inmigrante boliviana que fue víctima de tráfico. Pronto abrirá su carrito de comida, Sumaj, en el que ofrecerá comida callejera de su país natal . Foto de Noelle Haro-Gómez.

Después de ser traficada y pasar dos años en un centro de detención para migrantes peleando su caso, una boliviana redescubre su sueño americano a través de su pasión por la comida y el servicio comunitario.

Nota del editor: Para leer una versión de esta historia en inglés, haga clic aquí.

Rocío Calderón recuerda a su abuelita cada vez que hace empanadas. “Qué orgullosa estaría de mí ahora”, piensa. Calderón es chef en Turmerico, un reconocido restaurante en Tucson, Arizona. Pero sus sueños son mucho más grandes. Tiene planes de emprender un negocio propio a finales de este año: quiere abrir un carrito de comida donde cocinará las recetas bolivianas de su abuela. Bolivia es también su tierra. Allá aprendió a cocinar a los 10 años y es el lugar que abandonó ya de adulta para venir a Estados Unidos con la esperanza de regresar  en seis meses. Han pasado siete años. 

Calderón habla de manera pausada y con un tono muy bajo. Tiene una mesura que se podría confundir fácilmente con indiferencia, pero dice que no es así, que solo está tratando de sanar. La mujer de 45 años, madre de tres, pasó años detenida en el Centro de Detención de Eloy en Arizona, un lugar en donde encierran y procesan a inmigrantes en Estados Unidos. 

Durante los dos años que estuvo privada de su libertad, Calderón entendió cuán común es el tráfico laboral en Estados Unidos. Este tipo de trata es una especie de esclavitud moderna que obliga a los individuos a realizar trabajos y ofrecer servicios a través del uso de la fuerza, el fraude y la coerción. Mientras peleaba su caso, también tuvo que aguantar las largas esperas y discrepancias legales que las víctimas de tráfico sufren en Estados Unidos cuando buscan quedarse en el país de manera legal. Hoy se enfoca en sanar los dolores del corazón a través de su pasión por la cocina y la comida y a través del servicio de ayuda para otras mujeres que están detenidas.

“Todo eso que viví me cambió la forma de pensar… Hasta ya tengo un propósito en la vida”, cuenta Calderón.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT, por sus siglas en inglés) calcula que en un momento dado al menos 12.3 millones de personas a nivel mundial  son víctimas de trabajo forzado ; de estas, unas 2.4 millones también son víctimas de la trata. El Departamento de Estado de Estados Unidos calcula que entre 14,500 y 17,500 personas son traficadas a Estados Unidos cada año. 

Promesas falsas 

Calderón cuenta que en su natal Bolivia era empresaria y disfrutaba de la vida con comodidades de la clase media en Latinoamérica. Pero después de su divorcio, pensó que venir a Estados Unidos a ganar dólares y ahorrar por un tiempo corto le ayudaría a conseguir el financiamiento que necesitaba para emprender un negocio de banquetes con el que siempre había soñado.

“Estaba separada de mi esposo, él se quedó con todo y yo quise empezar de cero”, relata. “En Bolivia yo ya tenía un trabajo que me habían ofrecido para administrar un servicio de catering, pero me faltaba el capital”.

Una amiga que vivía en Estados Unidos le ofreció trabajo cuidando a un adulto mayor en California. Le prometió un sueldo de $20 a $30 dólares por hora, al menos 40 horas por semana. Además, viviría con el paciente y le dijo que no tendría gastos mayores de manutención. La idea resultó demasiado tentadora para Calderón. Se despidió de sus tres hijas, les prometió volver en medio año, y tomó un vuelo con un boleto que le había comprado su amiga. Era la primavera de 2014.

No era la primera vez que Calderón visitaba Estados Unidos. Con su visa de turista había venido antes por negocios y placer, pero siempre por poco tiempo. Había estado en Miami y Nueva York. La boliviana relata que la última vez  que cruzó inmigración, nadie la interrogó; le dieron un permiso I-94, un documento que expide el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) para llevar un control de las entradas y las salidas de los extranjeros que llegan a Estados Unidos y dura, por lo general, seis meses. Era justo el tiempo que pensaba quedarse. 

“Las primeras semanas fueron tranquilas, pero después fue un poco confuso, porque no era lo que habíamos quedado con la persona, no me estaba pagando”, relata Calderón.

Al principio su amiga le decía que a ella tampoco le habían pagado  y por eso estaba retrasada. Calderón le creía.

“Yo traje un poco de dinero, entonces yo estaba gastando mi dinero. Hasta que pasó el tiempo y ya no me pagaba. Dije, ´¿qué pasa?´. Y cuando reclamé entonces ahí me amenazó, me dijo que yo no podía hacer nada y que no me iba a dar nada. Entonces yo quería volver a Bolivia porque dije pues estoy perdiendo aquí mi tiempo, yo no vine a eso. Así que me voy”.

Un pedido de ayuda en vano

Calderón relata que llamó a la aerolínea para intentar adelantar su vuelo y le dijeron que la persona que hizo la reservación original, su amiga, había cambiado la fecha y por eso había perdido su vuelo. La boliviana entonces intentó conciliar con la mujer. Al darse cuenta de que no lograría llegar a un acuerdo,  pensó poner una denuncia por abuso laboral, la falta de pago de su sueldo, el cambio en las condiciones del trabajo, y las amenazas migratorias. 

“Tenía miedo porque ella me amenazó, me dijo ‘si tú vas a denunciarme, yo soy ciudadana, tú eres turista y te van a deportar’. No sabía qué hacer y no conocía a nadie y no hablaba inglés, que era lo peor porque no podía comunicarme con nadie ni preguntar”, cuenta.

“Como yo era extranjera, dije voy a ir a migración. Entonces fui y les dije que me ayuden. Fui a la frontera de San Isidro (California). Les dije que me ayuden por lo que me estaba pasando y que quería volver a Bolivia, pero no tenía el dinero para comprarme el ticket”.

Calderón dice que les contó toda la historia a los agentes de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés), pero ellos solo se enfocaron en que ella había trabajado en Estados Unidos sin autorización. 

“Me detuvieron y yo no sabía qué estaba pasando, entré como en shock”, recuerda. 

La enviaron a la “hielera”, ese cuarto del que se quejan los migrantes cuando están en detención porque las celdas son extremadamente frías y por lo general están a sobrecapacidad, además reportan falta de higiene, mala alimentación, poca agua, y deficiente servicio médico. 

“Veía gente de diferentes países que llegaron ahí por el desierto y que a veces tenían heridas en los pies o en los brazos, cortaduras… era un lugar de mucho sufrimiento. Entonces yo estaba muy impactada porque no sabía lo que estaba pasando a mi alrededor. Como yo soy de Bolivia, en Sudamérica, no se escucha mucho lo que pasa aquí en la frontera. Entonces para mí fue algo muy nuevo, muy doloroso”, dice Calderón.


 “Tenía miedo porque ella me amenazó, me dijo ‘si tú vas a denunciarme, yo soy ciudadana, tú eres turista y te van a deportar’”.


Calderón dice que firmó una deportación voluntaria sin saber qué es lo que era porque toda la documentación estaba en inglés. Pidió hablar con el consulado de Bolivia. Después tuvo una segunda entrevista con un agente diferente de inmigración, quien se dio cuenta que Calderón había firmado esos papeles sin saber qué era lo que decían. Frente a ella rompió los documentos y le dio una segunda oportunidad. Le preguntó si quería pelear su caso y ella respondió que sí. Pero esa segunda oportunidad venía con un precio alto. La trasladaron de California al Centro de Detención de Eloy, en Arizona, para que continuara con el proceso. Era ya el otoño de 2014.

“Y cuando voy llegando y veo que es un lugar desierto, me asusté porque dije ¿dónde estoy? Vi que era una cárcel. Me asusté aún mucho más porque dije yo qué estoy haciendo aquí”, cuenta.

Pero dentro del centro de detención encontró el apoyo de otras mujeres que intentaban consolarla y entender su situación. Era la única de Bolivia. La mayoría de las mujeres eran de México, Honduras, Guatemala, El Salvador, y Haití.

La vida sin libertad 

Poco después de llegar al centro de Eloy, Calderón tuvo su primera audiencia con una jueza de inmigración. La magistrada le dijo que podía salir en libertad bajo palabra mientras se analizaba su caso, pero necesitaba un patrocinador. No conocía a nadie y no pudo conseguir uno en los 10 días que le dieron de plazo. No tuvo más opción que pelear su caso en detención. De acuerdo con la organización Freedom for Immigrants (Libertad para los Migrantes), en Estados Unidos hay al menos 3,456 inmigrantes en espera de un patrocinador.

El Centro de Detención de Eloy tiene una capacidad para albergar a más de 1,500 migrantes -- hombres y mujeres. Está en el condado Pinal, a 120 millas de la frontera de Nogales, Arizona. Foto de Maritza L. Félix

En el centro de detención, durante una presentación de “Conoce tus derechos”, Calderón supo de The Florence Project, una organización que provee servicios sociales y ayuda legal a adultos y niños detenidos que podrían enfrentarse a una deportación. Escuchó a los abogados hablar de violencia, abuso y trata de personas y sintió que estaban describiendo exactamente lo que ella vivió. En ese momento entendió que era una víctima de tráfico laboral. 

Según el Departamento de Estado de Estados Unidos, el tráfico laboral es “el reclutamiento, albergue, transportación, prestación, u obtención de servicios o mano de obra de una persona mediante el uso de la fuerza, fraude, o coacción con el propósito de sometimiento a servidumbre involuntaria, servidumbre por deudas o esclavitud”.

La definición legal de trata describe la situación de Rocío cuando trabajaba en California. Incluso estando detenida, le tomó mucho tiempo escapar de la influencia de la mujer, su amiga, que la traficó. “Su único apoyo era su traficante. Y esa fue una gran razón por la que estuvo detenida durante tanto tiempo”, dice Rekha Nair, una abogada que trabajó con The Florence Project y ayudó a Calderón con su caso.

"Ella era elegible para una fianza (que le habría permitido estar libre mientras su caso era analizado por las autoridades de inmigración)", explica Nair. “Pero para obtener esa fianza, necesitas un patrocinador. Por lo general, ese patrocinador debe tener un estatus legal y una dirección en los Estados Unidos y debe presentar pruebas al juez de que está dispuesto a apoyarlo. Y durante mucho tiempo, Rocío no tuvo a nadie”..

Nair, quien dirige la Red de Acción Legal de Phoenix, aconsejó a Rocío que solicitara una visa T. Las visas T se pueden otorgar a personas que han sido víctimas de trata sexual o laboral.

El Departamento de Seguridad Nacional tiene un límite de 5 mil visas T disponibles cada año, pero solo se solicitan poco más de mil. Al ser aprobada, la visa dura cuatro años, el migrante es elegible para recibir un permiso temporal de trabajo, y tiene la posibilidad de ajustar el estado migratorio a una residencia permanente después de tres años. 

Pero durante su proceso y la larga espera por la resolución en la visa T,  la prioridad de Calderón era salir de la detención. Eso resultó más difícil de lo que esperaba.

“La fianza que le pusieron fue muy alta, fue de $20,000 dólares, y eso fue muy frustrante, porque merecía pelear su caso afuera y fue muy difícil recaudar el dinero", dice Kristina Schlabach, quien poco después de conocer a Calderón se convirtió en su patrocinadora. Schlabach trabaja con Casa Mariposa, una organización que brinda ayuda y apoyo a migrantes en centros de detención en Arizona.

“Me costó mucho tiempo saber en realidad qué es lo que pasaba con su caso, sabía que una abogada la estaba ayudando, pero la acompañamos a las cortes para que se dieran cuenta de que no estaba sola, pero la jueza era muy cruel con ella”, expresa Schlabach, quien también es pastora de una  iglesia menonita en Tucson. 


El tiempo de procesamiento de una petición de visa T varía hasta cinco años; es decir, en la actualidad se están analizando las peticiones sometidas en noviembre de 2015.


Otra preocupación era que Calderón pudiera ser deportada mientras su solicitud de visa T estaba pendiente. Además de solicitar la visa por el tráfico laboral, Calderón había pedido un asilo para ganar tiempo. Sabía que no tenía un caso sólido para el asilo y su petición fue negada, por lo que permaneció bajo la custodia de ICE, en Eloy, mientras le daban una resolución. La amenaza de una deportación estaba latente. 

“La visa T lleva  el requisito de estar en los Estados Unidos en el momento en que se otorga y que su presencia continua en  Estados Unidos esté relacionada con su tráfico”, explicó Nair. "Así que Rocío tuvo que permanecer detenida para poder conseguirla".

Según el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS, por sus siglas en inglés), el tiempo de procesamiento de una petición de visa T varía entre 19 y 70.5 meses; es decir, en la actualidad se están analizando las peticiones sometidas en noviembre de 2015. Aún quedan más de 3,400 pendientes.

El 10 de agosto de 2021, la administración Biden emitió una nueva guía que describe un "enfoque centrado en la víctima" para casos como el de Calderón. La nueva política tiene como objetivo eliminar la amenaza de deportación para cualquier persona que haya solicitado una visa T u otra de protección a víctimas, mientras su caso está pendiente. Se implementaron políticas similares durante las administraciones de Obama y Trump, pero según Nair, la abogada de inmigración, hay una falta de comunicación y claridad sobre las políticas entre las agencias del Departamento de Seguridad Nacional.

Casi dos años después de su llegada al centro de detención de Eloy, muy cerca de Navidad de 2016, le llegó la notificación de que su visa fue aprobada. Le agradeció a Dios. Calderón nunca volvió a saber de la amiga que la trajo a Estados Unidos y tampoco quiere saber qué pasó con ella. Tiene la esperanza de que se haya hecho justicia, pero no sabe si la mujer fue investigada o tuvo que enfrentarse a consecuencias legales por sus actos de tráfico laboral.

El carrito de comida de Rocío Calderón estará listo este mes y se llamará Sumaj Bolivian Street Food, que significa comida callejera boliviana Sumaj. Sumaj es una palabra quechua que significa muy bueno o delicioso. Su jefe le permitirá usar la cocina de La Chaiteria para preparar la comida así como usar el estacionamiento afuera del restaurante. Foto de Noelle Haro-Gómez.

Cuando Calderón quedó en libertad, su hija mayor ya se había mudado a Estados Unidos para estar cerca de ella y pasó las fiestas en familia, en California, pero Calderón quiso volver a Arizona a ayudar a más mujeres migrantes que como ellas  enfrentan sus procesos a solas  en detención. 

“Soy una persona de mucha fe y ahorita se me están cumpliendo todos los anhelos de mi corazón, todo lo que soñaba cuando estaba en detención”, dice. 

A pesar de la terrible experiencia de estar encerrada, Calderón agradece haber encontrado su propósito en medio de la adversidad. Se convirtió en voluntaria en Casa Mariposa y ahora trabaja a tiempo parcial con la organización. Visita a los migrantes detenidos y les hace compañía, los asesora, y trata de ayudarlos. Con la pandemia se suspendieron las visitas en persona, pero ella logra hacerles sentir que no están solos.

“Les escribo cartas, porque yo he estado ahí y yo recibía una carta con unas palabras que a mí me fortalecían y era para mí como si una persona estuviera ahí diciéndome que estaba conmigo”, explica.

Encontrar su propósito era su primer sueño; su segundo está casi listo. Su carrito de comida se llamará Sumaj, que en quechua significa algo bueno, algo rico y delicioso. Rocío está lista para conquistar paladares en la que es su nueva casa: Tucson. 

“Quiero vender la comida boliviana callejera, las salteñas, que son muy conocidas, muy populares, que son empanadas de carne o de res esas, unas papas rellenas, quinoa; ¡muchas recetas!”, dice. 

Su tercer sueño, la residencia permanente en este país, está cada vez más cerca. Después de pasar tres años con la visa T, Calderón solicitó el ajuste de estado para obtener la green card. Debido a los retrasos con el procesamiento de peticiones por la pandemia, ha tardado más de lo habitual.

“Ya llegará, estoy segura de que llegará”, expresa Calderón.  “Y yo estaré aquí esperándola con paciencia”. 

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Maritza L. Félix es una galardonada periodista independiente, productora y escritora en Arizona. Es la fundadora de Conecta Arizona, un servicio de noticias en español que conecta a las personas en Arizona y Sonora principalmente a través de WhatsApp y las redes sociales. Es coproductora y copresentadora de Comadres al Aire.

Es becaria senior del programa JSK Community Impact Fellowship en Stanford, así como de la Asociación de Escritores de Educación (EWA), Feet in 2 Worlds (Fi2w), “Adelante” de IWMF y de Listening Post Collective; forma parte de las 50 Mujeres que pueden cambiar el mundo del periodismo 2020 de Take The Lead. Félix ha sido nombrada en dos ocasiones como “La mejor periodista en español de Arizona” y como una de las “40 personalidades hispanas menores de 40 años en Arizona”. Actualmente forma parte del programa de liderazgo en periodismo Executive Program in News Innovation and Leadership in Journalism de  Craig Newmark Graduate School of Journalism en CUNY.

Noelle Haro-Gómez es un fotoperiodista independiente bilingüe que vive en Tucson, Arizona. Ha trabajado en los EE. UU. Como fotógrafa de plantilla para Public Opinion en Pensilvania y Tri-City Herald en el estado de Washington.

 
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