Negligencia cómplice

 
 
 

Un altar para Francisco Pacheco y otros periodistas asesinados en México, frente a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, el 29 de octubre del 2021. Foto por Paola Macedo

Las familias de los reporteros asesinados en México enfrentan dificultades emocionales y psicológicas, e incluso amenazas de muerte. La familia de Francisco Pacheco redobló su lucha por conseguir justicia

Nota del editor: Haz clic aquí para leer este reportaje en inglés.

Este reportaje fue basado en un documental de tres partes producido por Ojos de Perro vs la Impunidad, AC, una cooperativa civil fundada por 36 “comunicadores” en México en el 2014 para exponer la impunidad, la corrupción y la injusticia.

También le da seguimiento a los problemas planteados en Bajo Amenaza de palabra por Iván Moreno, el cual destaca ejemplos de las amenazas cada vez más intensas contra la libertad de la prensa en Latinoamérica, investigando las condiciones tóxicas y peligrosas que enfrentan los periodistas en la región.  

El alto índice de asesinatos de periodistas en México ha llamado la atención de mucha prensa externa en los últimos cinco años, alcanzando su punto más alto en el 2021 cuando, junto a la India, México encabezó la lista de los países del mundo con más muertes en los medios de comunicación. Este año, la frecuencia de los asesinatos entre la prensa allí solo aumenta; los medios mexicanos reportaron 11 hasta la fecha. 

Pero el asesinato frecuente de los periodistas en México viene desde hace una década — durante 12 años ha estado entre los cinco países con más reporteros ejecutados. O por más tiempo. Desde el 2000, 153 reporteros mexicanos han sido asesinados. Quince de ellos, aproximadamente una décima parte, murieron en el estado de Guerrero en el suroeste del país. 

Es muy poco común que alguien — o un grupo — sea hallado responsable. El informe de Témoris Grecko plantea preocupaciones sobre la impunidad para los asesinos que están tratando de acabar con la libertad de expresión en México. 

—Barbara Kastelein, editora 

El documental que acompaña este reportaje fue producido con el apoyo de Justice For Journalists Foundation en Londres.

Mientras Priscilla Pacheco se presenta ante el Tribunal Permanente de los Pueblos, una reconocida organización de justicia popular establecida en 1979, comprende que lo que hace singular el asesinato de su padre, Francisco Pacheco, no es que, seis años después, el crimen continúe totalmente impune. De hecho, eso es lo que sucede en el 98% de las agresiones contra periodistas en México. Su caso es único, no obstante, porque nada menos que cinco instituciones gubernamentales se han involucrado en él—una de ellas sólo para señalar los fallos de las otras cuatro y proponer medidas correctivas—y aún así, el resultado ha sido el mismo. La impunidad es sistémica y generalizada.

También es excepcional que la familia de Priscilla mantiene la moral alta y sigue decidida a buscar justicia. La mayoría de los familiares de los reporteros asesinados tiende a rendirse, mientras sus vidas son amenazadas, pierden sus hogares, se quedan sin ingresos y las autoridades las revictimizan con negligencia e incluso con presión para que se rindan.

Cuando matan a un reportero, los  familiares de la víctima encuentran que sus propias vidas están en peligro. Con frecuencia, la víctima proveía el ingreso necesario que ahora les falta, y muchos pueden verse obligados a abandonar sus casas y escapar a otra ciudad o país.

Por años, todo lo que Priscilla y su madre, Verónica Romero, su hermana Paloma Libertad y su hermano Ali han recibido son pretextos, demoras injustificables y muchas mentiras. Para presentar un caso ante el juez, los fiscales deben elaborar una averiguación previa, abarcando todas las diligencias básicas. Pero en el caso Pacheco, seis años no han sido suficientes para que las autoridades establezcan la mecánica del crimen, realicen el análisis del contexto para conocer quiénes habrían tenido motivos para asesinar al reportero, ni entrevisten a testigos ni posibles sospechosos.

Verónica Romero, esposa de Pacheco, junto a su hija Priscilla frente a la Secretaría de Gobernación durante una protesta a favor de los periodistas asesinados en enero del 2022 en la Ciudad de México. Foto por Axel Hernández

Los Pacheco aceptaron una invitación del Tribunal Popular sobre Asesinatos de Periodistas, como otro paso de su ya larga lucha. El propósito del Tribunal es buscar justicia cuando los gobiernos no la ofrecen. Y en lo que respecta a crímenes contra reporteros, las autoridades mexicanas han fallado desastrosamente.

Un periodista hecho a sí mismo

Pacheco nació en 1966 en Taxco, una pequeña ciudad colonial en el meridional estado de Guerrero, conocida por su iglesia central de cantera rosa y sus tiendas que venden artesanía y joyería de plata sobre empinadas calles empedradas. Designada hace un par de décadas como un “Pueblo Mágico”, es eminentemente turística. Es también un paraíso para los enamorados de los “vochos” (VolksWagen Sedán clásico), ya que estos carros son ideales para subir las duras calles construidas sobre laderas montañosas.

Graduado como ingeniero civil, Pacheco se educó a sí mismo como periodista, tras encontrar su vocación escribiendo artículos de opinión para el periódico de un amigo. Después abrió su propio semanario impreso, El Foro de Taxco, y empezó a disfrutar del micrófono como locutor de radio, tomó corresponsalías para periódicos estatales de Guerrero y se convirtió en una influyente referencia con su pluma, aguda y llena de humor. A pesar de estos éxitos, a los 46 años decidió regresar a las aulas para estudiar comunicaciones y perfeccionar sus habilidades y metodología.

Un altar para Pacheco en la casa de su familia en Toluca muestra el periódico semanal que estableció, El Foro de Taxco. Foto por Paola Macedo para el documental "Dos relámpagos al alba" por Ojos de Perro vs la Impunidad.

“Cuando nos teníamos que decir las cosas, pues nos las decíamos”, señala Claudio Viveros, un periodista amigo de Pacheco, que habla con la bella Iglesia de Santa Prisca como fondo. “Que no iba por ahí, que había que hacerlo mejor, y había que profesionalizarse. Así que hizo el examen para la Universidad Nacional Autónoma de México”.

La familia completa se dio al periodismo. La hija más joven de Pacheco, Paloma Libertad recuerda que “crecí rodeada de papel, siempre había papel en casa”, y “escuchando la voz de mi papá en la radio”. Cuando el hermano mayor Ali tenía 10 años, lo enviaron a entrevistar a vecinos sobre los baches de la calle. La iniciación de Priscilla, la hija del medio, fue la más dura: En carretera, le avisó a su padre que acababa de ver un cadáver. Su papá dio la vuelta, regresó y envió a la chica de 15 años a tomar las fotos del cuerpo: “¡Que no te tiemble la mano!”

Los conocimientos de Pacheco como ingeniero le resultaron útiles cuando aprendió a usar herramientas sofisticadas de investigación como los portales de transparencia gubernamental. Entendía las obras públicas mejor que sus colegas, lo que le permitía encontrar huellas de corrupción donde otros no sabían buscar. Desacostumbrados a esto, los funcionarios públicos solían descuidarse y mentir, sólo para ser descubiertos por el periodista.

Esto nunca condujo a procesos legales contra los responsables, sin embargo. Sólo los hacía sentir incómodos. Pero tal vez lo que verdaderamente molestaba a quienes tenían el poder era la columna de Pacheco en la última página, donde publicaba textos sarcásticos que se convirtieron en un elemento básico de la vida local. Como dice su colega Raymundo Ruiz, “Entre los mismos políticos se burlaban unos de otros, ‘Mira, Pacheco ya te dijo que esto; oye, pero a ti también te dijo que aquello’”.

“Ejercía el sarcasmo, y para los políticos, el que tú uses el humor y los pongas ahí, los saca de sus cabales”, explica Viveros.

Vende… y vuelve a imprimir

México sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas, y desde 2010 ha permanecido invariablemente entre los cinco países donde más reporteros son asesinados cada año. El estado de Guerrero es uno de los más riesgosos para ejercer esta profesión.

El hijo de Pacheco, Ali, recuerda varias veces en que el expresidente municipal Salomón Majul (2012-15) subía hasta su casa, acompañado por guardaespaldas y oficiales de policía, para comprar todos los ejemplares de El Foro de Taxco que contenían información que le disgustaba sobre su desempeño, antes de que salieran a la venta (los publicaban en línea un día previo a su distribución). Pacheco se los vendía sin objeciones. Y después los volvía a imprimir.

El primo de Majul, Omar Jalil Flores, lo sucedió en el cargo. Ahí las cosas se fueron deteriorando. Cuando en marzo de 2016, Pacheco criticó el pésimo estado de las patrullas policiacas, mientras el crimen estaba en su peor nivel, fue excluido de las actividades de la administración municipal y de sus comunicados de prensa.

Ali Pacheco durante una vigilia para periodistas asesinados y en defensa de los derechos laborales frente a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social el 29 de octubre del 2021, cinco años y medio después del assesinato de su padre. Foto por Paola Macedo

Esto no disuadió al periodista, que obtuvo cifras oficiales que mostraban importantes transferencias federales al gobierno local justo después de que el alcalde había declarado que se habían quedado sin presupuesto. “Omar Jalil falla a los taxqueños”, decía el titular del 3 de abril de 2016.

El día 24 de abril, El Foro de Taxco subió a internet la nota principal del día siguiente. Pero el periódico nunca llegó a la calle. Pacheco exhibía cómo el alcalde, simulando una campaña de promoción turística de Taxco pagada con dinero público, se anunciaba en autobuses en Acapulco, el mayor centro urbano del estado, clave para ganar la gubernatura. Ese fue su último artículo.

Vida, estamos en paz

¿Sabía o sospechaba Pacheco que estaba marcado para ejecución? 

Horas después de su muerte, alguien del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, un programa federal para apoyar a individuos en alto riesgo, llamó a su casa, pidiendo hablar con él. Su hijo Ali, entonces de 25 años, contestó: “Pues ya vienen tarde, porque ya lo mataron”. Le pregunté a Jorge Ruiz, entonces director del Mecanismo, si Pacheco había solicitado ayuda o se había acercado de alguna forma. Ruiz no trabajaba en ese momento ahí y dijo que “no hay registros” para verificar si se había establecido algún tipo de contacto.

Los colegas y familiares de Pacheco no recuerdan que haya dicho nada específico sobre algún tipo de peligro. Sin embargo, hubo algunas señales. Días antes del crimen, Pacheco despidió a quien fue su empleado por 30 años, Rafa Ortiz, mencionando problemas financieros de los que nadie había oído hablar. Durante semanas, se dio a la bebida de manera inusual. “Tal vez sentía que algo iba a pasar”, comenta su hija Paloma al recordar que “varias veces, escuché a mi papá decir ‘si me van a matar, pues que me maten, pero yo no me voy a callar, diciendo la verdad’”.

Cuatro noches antes del crimen, le pidió a su esposa Verónica bailar tango. “Bailamos. Yo le pregunté en ese momento si estaba pasando algo, porque yo sentía que no era el Francisco que yo conocía”, cuenta Verónica. “Me dijo: ‘Nada, pero sí te digo algo. No le debo nada a la vida. Vida nada te debo, vida estamos en paz’”.

Dos disparos

La familia Pacheco tuvo un fin de semana feliz. Por sus estudios universitarios, Priscilla y Ali vivían en una ciudad diferente. Pero, por casualidad, coincidieron en visitar a sus padres durante esos días. Ali se marchó el domingo, mientras Priscilla, entonces de 24 años, prefirió pasar otra noche allí. Por la mañana del lunes, 25 de abril de 2016, Pacheco la llevó a la estación de autobuses en su vocho blanco. Regresó a casa minutos antes de las 6 a.m. En el callejón estrecho y vacío todavía predominaban las sombras. Pacheco se estacionó y caminó al portón de su casa.

Desde la ventana del cuarto de Paloma no se ve la calle, sólo el patio interior. La alumna de preparatoria que acababa de cumplir 18 años se estaba preparando cuando escuchó dos fuertes sonidos. Y vio dos relámpagos. Una amiga la llamó: “Le pasó algo a tu papá, deberían salir”. Verónica, que todavía estaba en cama, también oyó los disparos. Cuando la muchacha gritó, supo que algo muy malo estaba pasando y corrió afuera: “Al momento de abrir el portón, está tirado. Cruzado así, en la calle. Le hablo, y en ese momento le empieza a salir la sangre”. Le habían disparado dos tiros a quemarropa.

‘Por favor, no te vayas a parar’

Dos horas después, el espectáculo empezó. Todavía bajo el impacto, Verónica se dio cuenta de que los policías estaban pisando los casquillos de las balas y tuvo que pedirles que no lo hicieran. Los investigadores de la fiscalía estatal le dieron a Paloma los objetos que portaba Pacheco, incluyendo su celular: “Lavé la sangre. También usé aserrín para quitar del piso la sangre de mi papá. No sabía nada sobre preservar la evidencia y nadie se hizo cargo de eso”. A la familia se le permitió cremar el cuerpo de Pacheco, a pesar de que está prohibido por los protocolos de investigación.

La policía local pasó tres días tomando las declaraciones de las dos mujeres y después también las de Priscilla y Ali, que regresaron a Taxco de inmediato. Días después, llegaron funcionarios de la FEADLE (una fiscalía federal especializada en crímenes contra periodistas). Explicaron que iban a tomar el caso y les pidieron repetir sus declaraciones.

El entonces fiscal jefe de la FEADLE, Ricardo Nájera, y Julio Hernández, titular de la Comision Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), un órgano presidencial, les prometieron justicia expedita, protección y ayuda económica. Un periódico local publicó una nota con fotos de los funcionarios junto a la familia Pacheco (las fotos ya no son visibles) y después se fueron para no volver. Nájera y Hernández no aceptaron dar una entrevista para este reportaje.

De izquierda a derecha, la hija más joven de Pacheco, Paloma Libertad; su esposa Verónica Romero; su nieta; su hijo Ali Pacheco; y su hija del medio Priscilla Pacheco, en Toluca, México. Foto por Paola Macedo para el documental "Dos relámpagos al alba" por Ojos de Perro vs la Impunidad.

Dos agentes de policía recibieron la orden de cuidar la seguridad de la familia. A pesar de ello, la familia siguió aterrorizada por distintos actos de intimidación. Como la vez en que vieron a un hombre en su puerta y lo escucharon amartillar una pistola, por lo que corrieron a esconderse en el baño, en la oscuridad. El 7 de mayo de 2016, menos de dos semanas después del asesinato de Pacheco dos hombres fueron a casa de Priscilla para decirle que ella era la próxima en morir y que, si no quería que no lastimaran a su madre y hermanos, tenían tres días para marcharse de Taxco.

En la madrugada del 11 de mayo, apenas después del Día de las Madres, “como si los delincuentes fuéramos nosotros”, recuerda Priscilla, la familia tomó el vocho de Pacheco y partió. Los policías que debían protegerlos les dijeron que sólo tenían gasolina para escoltarlos 20 kilómetros; después irían por su cuenta. “Salimos de Guerrero, sin mirar atrás”, rememora Priscilla. “En el camino, le hablaba al coche: ‘Por favor, no te vayas a parar’. Era un vocho antiguo, tenía problemas. Y yo decía: ‘Por favor, no te vayas a parar’”.

Corrupción

Es 24 de septiembre de 2021, poco antes de las 9 de la mañana. Con mis compañeros de Ojos de Perro vs la Impunidad, un colectivo de cine y periodismo que se enfoca en la justicia y los derechos humanos, estamos haciendo un documental sobre el caso Pacheco y nos encontramos con Priscilla y Verónica afuera de un gran edificio negro, en la concurrida y  céntrica glorieta del Metro Insurgentes, en la Ciudad de México. Es la sede de la Fiscalía General de la República. Las mujeres esperan un encuentro importante: La FEADLE puso a un nuevo agente a cargo del caso; ya es el cuarto. Pero esta vez, en lugar de su cita mensual, les pidió que le dieran tres meses para asegurarse de que les pueda mostrar nuevos avances, como entrevistas con los testigos.

En estos años, la familia ha vivido un calvario. En diciembre de 2017, una entidad gubernamental autónoma, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), realizó un análisis de caso para establecer porqué tanto la fiscalía de Guerrero como FEADLE no siguieron los protocolos oficiales para asesinatos de periodistas ni realizaron una investigación adecuada, de manera que los responsables del crimen no han sido detenidos; así como por qué tanto el Mecanismo de Protección como la Comisión de Víctimas abandonaron a los Pacheco, dejando a la familia en graves dificultades económicas y exponiéndola a nuevas amenazas y actos de intimidación en una ciudad distinta a la suya.


“Traemos una lista de cosas que no se han hecho, cosas que hacen falta, planes de trabajo que se hicieron y nunca se cumplieron”.


En un informe público de 39 páginas, la CNDH detalló sus incumplimientos y sugirió medidas correctivas, que prometieron cumplir las cuatro instituciones involucradas. Pero casi cuatro años después, poco ha cambiado.

En muchos casos similares, viviendo en el miedo y con falta de libertad e ingresos, las familias tienden a rendirse. Pero los Pacheco son distintos. Más aún, Priscilla, que se graduó en 2015 como abogada especializada en propiedad intelectual y les ha dado seguimiento a todos los procedimientos legales con ojo experto, una y otra vez ha señalado las numerosas deficiencias. 

“Siempre que venimos (a la FEADLE), para nosotras, mentalmente y físicamente es un retroceso”, dice la joven. “Traemos una lista de cosas que no se han hecho, cosas que hacen falta, planes de trabajo que se hicieron y nunca se cumplieron”.

¿Esperan Verónica y su hija que este nuevo investigador de la FEADLE finalmente empiece a hacer las cosas bien? Al entrar al edificio, Verónica responde: “Nos mentalizamos para que nos digan que (el testigo) no estuvo, que (a las personas que deben declarar) no las encontraron”.

Verónica Romero y su hija Priscilla Pacheco frente a la Fiscalía General de la República en la Ciudad de México el 24 de septiembre del 2021. Foto para el documental "Dos relámpagos al alba" por Ojos de Perro vs la Impunidad.

Con mi equipo, esperamos a las mujeres afuera. Hice una solicitud formal para estar en la reunión y grabarla para el documental, pero ni siquiera nos dieron acceso al edificio. Lo mismo ocurrió al pedir una entrevista con Ricardo Sánchez, quien reemplazó a Ricardo Nájera como jefe de la FEADLE en 2017. Ni siquiera ha aceptado las repetidas peticiones para recibir a la familia Pacheco.

Una hora después, tras los grandes ventanales podemos ver a las mujeres cuando bajan por las escaleras eléctricas. Se ven muy alteradas. Al salir, les pregunto qué pasó. Apenas pueden contener las lágrimas. “Esto… son discursos baratos. No hay un avance en tres meses, no pudieron hacer nada”, responde Priscilla. “Quieren que confíe, que tenga fe, que tenga paciencia… ¡Ya tuve paciencia durante cinco años! Me dicen: ‘Es un caso complicado, hay crímenes perfectos’. No, lo que hay aquí es corrupción”.

Impunidad deliberada

Las actividades de nuestro equipo y nuestras solicitudes de entrevistas alertaron a las autoridades. De súbito, las cosas parecieron empezar a moverse. Hubo reuniones para escuchar las quejas de las víctimas: Representantes de FEADLE, del Mecanismo y de la  comisión de víctimas prometieron hacer lo que debieron hacer hace mucho tiempo. Esta vez, sin embargo, la CNDH pareció indolente, desinteresada en asegurarse de que sus propias recomendaciones sean cumplidas adecuadamente. Tal vez esto se deba a que fueron hechas por la administración anterior. Y la Fiscalía de Guerrero no contestó a una solicitud de entrevista.

Más de medio año después, sin embargo, las cosas volvieron a lo usual— a la sosa normalidad de la negligencia cómplice.

¿Por qué quedan impunes casi todos los asesinatos de periodistas en México? Parece fácil salirse con la suya al matar a un reportero por su trabajo difundido o asesinarlo para prevenir que sus investigaciones lleguen al público.

John Gibler, un periodista estadounidense radicado en México, dice que el investigar un asesinato es más peligroso que cometerlo. 

“Cuando uno mira los poderes que está tocando el periodismo, mucho de ello tiene que ver con servidores públicos o con el crimen organizado o con otros poderes fácticos que son los que siguen mandando en las fiscalías o en el poder judicial”, dice Ana Lorena Delgadillo, una reconocida abogada que dirige la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho. “Cuando realmente se ponen a prueba las fiscalías es cuando tienen que investigar al propio Estado, cuando tienen que investigar a agentes del Estado, ahí es cuando se topan con pared”.

La abogada Ana Lorena Delgadillo. Foto por Paola Macedo para palabra

Delgadillo añade que las fiscalías “están construidas como una gran maquinaria de impunidad”. Los fiscales abordan los casos criminales como si existieran aislados unos de otros, en lugar de verlos bajo una mirada de contexto. “Esto es a propósito”, explica la abogada, “(con) la intención de ahogar a los agentes del Ministerio Público con una cantidad tremenda de casos, sin apoyo para que puedan investigar”.

Al sacar los casos de contexto, en las palabras de Delgadillo, las fiscalías están “protegiendo a esos poderes reales y fácticos; vistos en contexto, los casos te pueden llevar a quiénes son los autores intelectuales de esto, a estos poderes que están influyendo en la justicia. Hay una intención de impunidad”.

Si quieren conseguir una solución, las víctimas de un crimen tienen que luchar con las fiscalías para forzarlas a hacer su trabajo, concluye Delgadillo. “En este país, si las víctimas no se involucran en sus casos, difícilmente tienen algún resultado”.

Paloma Libertad

De manera que mentiras, pereza, cambios de fiscales, una serie interminable de reuniones inútiles, culpar a las víctimas de su propia difícil situación: todo esto sirve para desgastar a las familias y hacer que se rindan. En un largometraje documental que hicimos antes, “No se mata la verdad” (2018), y en mi libro “Killing The Story” (2020), encontramos exactamente el mismo patrón en otros casos de periodistas asesinados: Moisés Sánchez (Veracruz), Rubén Espinosa (Ciudad de México), Javier Valdez (Sinaloa) y Miroslava Breach (Chihuahua).

Pero Verónica y sus hijos no se rinden. Han pasado seis años y siguen haciendo manifestaciones, escribiendo artículos, publicando El Foro de Taxco en línea y, tanto de manera privada como pública, confrontando a funcionarios de alto nivel en su lucha por la justicia. “Seguiremos adelante, a pesar de las amenazas de muerte”, dice Verónica.

Priscilla podría haberse enfocado en su carrera como abogada de propiedad intelectual, pero el 20 de septiembre de 2021 se graduó, en una ceremonia celebrada en línea a causa de la pandemia, como Especialista en Derechos de los Periodistas, un título concedido por la Academia Interamericana de Derechos Humanos. “¿Jura usted emplear los conocimientos y habilidades adquiridas en la protección de la libertad de expresión?” le preguntan. Responde Priscilla: “Sí, lo juro”.

Ella me dijo que llevarían el caso de su padre más allá de las fronteras de México, si es necesario. Presentarlo ante el Tribunal Permanente de los Pueblos es un primer paso. Esto sirvió para llamar la atención de repesentantes de organismos internacionales que creen que el asesinato de Francisco Pacheco debe ser considerado a niveles supranacionales.

Le pedí a la hija más joven que reflexionara sobre el nombre que le dieron sus padres. Paloma Libertad. ¿Honrará su significado? “Tuve un sueño unos días después de que falleció. Él me dijo: ‘¿Sabes qué pensé el día que me dieron el balazo? Cuando iba cayendo, pensé en ti’. Soy muy firme. Es lo que creo que aprendí mejor de él, la firmeza en lo que decido y en lo que hago. Y a donde vaya, yo sé que lo voy a honrar”.

Témoris Grecko es un periodista mexicano premiado, documentalista y analista político que ha cubierto conflictos armados alrededor del mundo y ha publicado siete libros de no ficción, incluyendo “Killing The Story” en los Estados Unidos.

Barbara Kastelein es autora, periodista independiente y escritora de viajes. Trabajó en la Ciudad de México para el México City Times y el Toronto Star y luego fue reportera de medioambiente en México para el Bureau of National Affairs en Washington, D.C. Ha publicado reportajes en The Times of London, The Observer, The Daily Telegraph y las revistas Travesías y Gato Pardo, y también ha trabajado para la BBC y TV Globo en América del Sur. Sus escritos han sido incluidos en colecciones académicas sobre la antropología del turismo, siendo México donde tiene su experiencia en este tema con un enfoque en el centro turístico histórico playero de Acapulco y su icónica comunidad de Clavadistas de La Quebrada. Sus libros incluyen “Mexico Chic” y el próximo “Héroes del Pacífico: Atrás del Escenario con los Clavadistas de La Quebrada”.

 
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