Un nuevo activismo latinoamericano
Mientras Gabriel Boric asume la presidencia de Chile y resurge la llamada marea rosa en Latinoamérica, en la Argentina emerge la figura de un dirigente social. Juan Grabois teje una red de movimientos en la región con el apoyo del Vaticano
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Casi 200,000 seguidores tiene la cuenta de Twitter del dirigente social argentino Juan Grabois. Él sólo sigue a Jorge Bergoglio, líder de la iglesia católica, el Papa Francisco.
El poder terrenal del Papa, referente religioso de 1,500 millones de personas, ha permitido extender por América Latina y hasta los Estados Unidos la influencia de Grabois. Él forma parte de un nuevo activismo de izquierda latinoamericano que simultáneamente rompe con tácticas del pasado y las evoca.
Por el aspecto, política, y estilo de Grabois es fácil recordar a otro argentino: el guerrillero de los `60, Ernesto “Che” Guevara. Comparten el mismo carisma y el ideal de patria grande latinoamericana (la unificación del continente en un solo bloque). Y ambos se parecen en su beligerancia, aunque Grabois reniega de la violencia armada.
La influencia de Grabois es difícil de clasificar con los cánones tradicionales. Tiene 38 años y no altera su aspecto desaliñado ni en manifestaciones callejeras ni en reuniones formales con funcionarios. No tiene cargos públicos, ni siquiera figura como autoridad en las organizaciones que él mismo creó, como el Movimiento de los Trabajadores Excluidos (MTE).
En una entrevista con palabra presume amablemente de que está seguro de lo que hace porque sabe a quien representa: “A los pobres. Mi función es darles visibilidad. No a mí, otro abogado blanquito con sensibilidad social”.
De hecho, además de abogado, Grabois es profesor universitario y escritor.
Grabois ha construído una red estratégica con otros movimientos en Latinoamérica y de los Estados Unidos en tan solo una década, grupos que quieren lograr cambios similares a los que él propone en la Argentina: “Tierra, Techo y Trabajo”, que son las consignas que promueve el Papa. Su activismo tiene afinidad con movimientos sociales de izquierda en los Estados Unidos, como el de Bernie Sanders, y con el que Grabois estableció una relación de diálogo.
“No conozco a otro dirigente similar a Grabois”, dijo a palabra Larry Cohen, presidente de Our Revolution (Nuestra Revolución), un grupo de cabildeo que lo conectó con Sanders. Reconoció que quedó impresionado desde el momento que lo vió. Habían acordado reunirse por una hora en el vestíbulo de un hotel en Washington, y la conversación duró cuatro, contó Cohen. “Yo nunca hago eso”.
De hecho, viajó a la Argentina en 2018 a ver de cerca el MTE. “Cualquiera de los militantes con los que estuve allí serían grandes líderes en los Estados Unidos. Hay un sentido de sociedad, además de la comunidad a la que pertenecen”, dijo.
Ya a través del Vaticano Grabois había establecido estrecha relación con Jeffrey Sachs, el economista y director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, y su esposa, Sonia, y había ofrecido charlas a los alumnos de la Universidad de Georgetown, Harvard, y Columbia. A través de la organización católica Faith in Action (Fé en Acción) (antes llamada Pico Network, o Red Pico), encontró un canal de intercambio de información a través de las Américas. “Pico Network nos ha abierto puertas no sólo con organizaciones católicas'', describió Grabois.
En Latinoamerica Grabois está conectado con una red que intercambia experiencias sobre temas de migración, de trata de personas, de trabajo esclavo, de protección a quienes viven en la calle, y sobre la integración de barrios marginales con el resto de la ciudad. En América Latina no se trata de una agenda de asuntos menores porque involucra a un tercio de la población, es decir, 200 millones de personas.
Hay evidencia de que este movimiento está ganando campo: La región vive una segunda marea rosa con un giro a la izquierda en el poder, con líderes jóvenes, más recientemente con la ascensión a la presidencia de Chile de Gabriel Boric, de 35 años. Grabois ve la política de Boric con una “simpatía crítica”.
La desconfianza que comparten estos movimientos proviene de dos temas clave, enumera Grabois: que los representantes de pueblos pobres se enriquezcan. “Los principios éticos de los dirigentes no pueden estar disociados de sus representados”, dijo. Además, todos se oponen al extractivismo, es decir, a la explotación de recursos naturales de la región, como la minería.
Pero el Estado es la fuente principal para solventar su propuesta de “Tierra, Techo y Trabajo” para todos los habitantes de la región. Para eso, muchos de los movimientos, como el MTE, promueven las leyes que sean necesarias, como la reforma agraria, que cuestiona los conceptos de propiedad privada para distribuir la tierra equitativamente. Grabois también propone un salario único universal, tal como el ex candidato presidencial demócrata Andrew Yang en los Estados Unidos, donde el estado le daría ingresos mínimos a quienes no tienen empleo formal.
Entre la izquierda y la derecha, Grabois se ubica en lo que llama un humanismo revolucionario, “donde seamos humanamente diversos pero socialmente iguales” como sustituto del orden mundial actual, “que está en una crisis terminal, y así evitar que desemboque hacia un neofascismo”.
Lazos con el Papa
Esta red entre movimientos sociales en América Latina comenzó a tejerse a partir de cuatro encuentros mundiales que el Vaticano organizó desde 2014, con Francisco en el papado y Juan Grabois en la coordinación general. La conexión no es nueva. Grabois y el entonces arzobispo de Buenos Aires se habían conocido en 2001, cuando éste protestaba por mejores condiciones para los recicladores de basura de la ciudad.
Con este respaldo, la organización social que el activista había formado, el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), quedó conectada con los principales grupos populares de la región, algunos de larga trayectoria, como el brasileño Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST). En el listado de esta red, que intercambia experiencias y propuestas, están también el mexicano Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (Frayba), la Central Obrera Boliviana (COB), el Movimiento Nuevo Perú, la Asociación de Recicladores de Bogotá, así como Vía Campesina, que funciona en todo el mundo, entre otros.
“Ya no existe relación de estos movimientos con la lucha armada, como fue en los 60s”, explica Grabois, “aunque tengan discursos violentos. Excepto la toma de tierras en Brasil o nuestra defensa a las ocupaciones, que pueden verse como acciones hostiles, ya no hay intención de daño a personas o bienes públicos”, como sí sucedía con los grupos de izquierda en América Latina.
Las manifestaciones de Grabois no son sólo enunciaciones, porque su resistencia a ocupar cargos o títulos no impide que converse directamente con referentes importantes de la región, como los ex presidentes Evo Morales (Bolivia), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), José Mujica (Uruguay), y con el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Esa notoriedad también le trae inconvenientes. Por ejemplo, cuando viajó a Bogotá para observar en directo las revueltas callejeras en octubre pasado, fue deportado desde el aeropuerto por el gobierno colombiano, provocando un incidente diplomático con la Argentina. El ex presidente colombiano Ernesto Samper salió en su defensa.
Tierra, Techo y Trabajo
En la Argentina, Grabois despierta amores y odios, pero nunca indiferencia, y es un referente inevitable de la cuestión social en un país con 43.8% de su población – unos 20 millones de personas – viviendo en la pobreza. La mitad de la fuerza laboral, 8 millones, trabaja en el sector informal, sin vacaciones ni seguro social. El núcleo de seguidores directos de Grabois son unos 100,000, según calcula, y su forma de demostrar poder cuando impulsa algún reclamo al estado es movilizando gente a las calles. De ahí el término “piquetero”, como las 300,000 mil personas que colmaron la Plaza de Mayo frente al Palacio de Gobierno en Buenos Aires exigiendo un salario universal.
Si bien la tensión social es más grave en otros países de la región, como Venezuela o México, la preocupación crece diariamente en la Argentina, ya que en los últimos 40 años se ha duplicado la pobreza.
“Es inteligente, brillante, pero es extremadamente soberbio. Impone una superioridad moral sobre el resto que es difícil de tolerar. Y funciona”.
Aún sus enemigos, que se oponen a la excesiva dependencia de los movimientos sociales al dinero del estado, reconocen en Grabois un dirigente distinto por la austeridad, el compromiso ilimitado con su causa, y el desdeño a cualquier título de honor o cargo.
“Es inteligente, brillante”, dijo un funcionario del anterior gobierno que pidió anonimato. “Pero es extremadamente soberbio. Impone una superioridad moral sobre el resto que es difícil de tolerar. Y funciona: El trato con él tiene implícito el mensaje de ‘soy el último bueno con el que vas a negociar. Si no acordás conmigo, vienen los malos’”.
Su discurso público es difícil de clasificar para quienes tratan con él en bandos opuestos: habla mal siempre que puede de Marcos Galperín, el fundador de la empresa más valiosa del país, Mercado Libre, al que califica de “usurero”. Pero recibió en un barrio humilde —ansioso por conocer la utilidad social de las criptomonedas— a Vitálik Buterin, creador de Ethereum en una fugaz visita a Buenos Aires donde el programador ruso-canadiese sólo vió a las máximas autoridades políticas.
Se reúne con empresarios y admira el sistema judicial de los Estados Unidos, pero es crítico del capitalismo y siempre usa como ejemplo empresas estadounidenses para explicar los daños que provoca ese modelo, como Nike por acusaciones de trabajo esclavo. Recientemente se opuso a que el gobierno de Alberto Fernández renegociara la deuda de Argentina con el Fondo Monetario Internacional.
La vida de Grabois podría ser una metáfora de las etapas y las contradicciones de la Argentina: Nació en 1983, justo cuando ese país volvió a tener gobiernos democráticos después de siete años de dictadura militar; proviene de una familia pudiente, pero en 2001 dejó todo para dedicarse al movimiento social; hijo de un dirigente de la derecha peronista de origen judío, se ubica en la izquierda y es católico practicante.
Más paradojas: Grabois tiene una sólida formación, pero el grupo que representa son los trabajadores informales que en su mayoría no han terminado la escuela primaria. Otro contraste es que aparece en los medios casi todos los días, pero es tajante acerca del resguardo de su intimidad y no permite que su esposa o sus tres hijos sean ni siquiera mencionados en las notas.
“Los movimientos sociales somos la última contención antes de dejarle el paso a los narcos o que haya un estallido social.”
Daniel Arroyo, exministro de desarrollo social del actual gobierno argentino, cree que figuras como Grabois son un resultado natural de la sucesión de crisis económicas del país. “Los movimientos de trabajadores informales son parte de cualquier solución al problema de la falta de trabajo”, dice Arroyo. Un paso intermedio hacia la formalización, que es el objetivo del estado”.
Grabois está seguro que los movimientos sociales “somos la última contención antes de dejarle el paso a los narcos o que haya un estallido social”. Su movimiento, el MTE, tiene talleres de herrería y textiles por todo el país, cooperativas hortícolas, centros de recuperación de personas con adicciones y de personas que fueron encarceladas, plantas de reciclado de basura, y millares de recolectores de residuos en las principales ciudades. “Pero no alcanza”, explica Grabois, y por eso justifica su inmersión en la política,
Constantemente le preguntan a Grabois si será candidato a la presidencia de la Argentina. Él lo niega: “Hoy ser presidente es un cargo menor porque el poder de transformar las cosas no está ahí”, dice. “La política institucional tiene cada vez menos legitimidad. Está en los poderes fácticos: los medios de comunicación, las empresas, los grupos de presión sociales y económicos”.
Así le responde a palabra mientras recorre un barrio humilde de La Matanza, uno de los distritos más pobres en Buenos Aires y con las más altas tasas de delito de la Argentina. El día anterior a esa conversación, en el vecindario habían matado a un hombre con 14 balazos por denunciar a las mafias de la droga. En semanas cercanas a la plática ocurrieron 16 asesinatos violentos, la mayoría por delitos o venganza de las bandas de narcotraficantes. “Entre dirigente social y político hay siempre una esquizofrenia. Pero claramente no soy político porque un político no podría andar por esta zona sin custodia”, dijo Grabois, y se fue caminando solo.
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Encarnación Ezcurra es una periodista y autora radicada en Buenos Aires. Trabajó 15 años como reportera en el diario argentino La Nación y escribió un blog sobre aviación comercial para el diario. Es colaboradora de numerosas publicaciones, incluyendo las revistas Apertura y Lugares. Ezcurra también fue coautora de un libro sobre la vida del legendario editor argentino Claudio Escribano, publicado en marzo con mucho éxito.