Armado en el paraíso

 

Ilustración de Franco Zacha para palabra

 

Una mirada a la feria de armas más antigua de Texas ilustra la conexión de algunos habitantes con la cultura armamentista, a pesar de los intentos de la administración de Joe Biden por implementar regulaciones al respecto.

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Cuidado conmigo. Tengo una pistola. Vacía y amarrada con un cable a un estante. No sé cómo accionarla. Quiero decir, he visto el movimiento y trato de copiarlo. No entiendo el mecanismo. No sé ni cuál es mi ojo dominante. Soy un novato total. Apunto al aire y centro la mirilla de la punta del cañón con la trasera. Me siento raro. Soy Deadpool sin máscara. Travis Bickle entrenando en “Taxi Driver.

Estoy en la Original Fort Worth Gun Show (feria de armas original de Fort Worth), la exhibición de armas de fuego que se anuncia como la más grande de Texas y una de las más antiguas, en el Centro Will Rogers, al oeste de Dallas. Pagué $10 por la entrada porque no tengo menos de 11 años ni soy un oficial con uniforme, que son los únicos modos en los que dejan pasar gratis. Este estado, al que emigré hace dos años, ha sido etiquetado como un paraíso de las armas. El nombre proviene de las políticas que promueve el gobernador republicano, Greg Abbott, para que casi cualquiera las tenga, a pesar de que en los primeros nueve meses de este año Texas ha registrado 27 muertos y 113 heridos en 26 tiroteos masivos.

Necesito saber hasta qué punto estoy a salvo sin una. Sobre todo porque los latinos tenemos el doble de probabilidades que los estadounidenses de raza blanca de ser asesinados con armas de fuego y cuatro veces más de ser lesionados con estas.

En la puerta de la feria, me entregan un volante con las medidas de seguridad: dedos fuera del gatillo y apuntar siempre en dirección segura. Un policía con sombrero blanco revisa que quien traiga armas las entre descargadas.

Adentro, una escopeta Mossberg Maverick 88 cuesta $300. Con un cañón largo que mete miedo. Y encuentras una pistola Beretta por $700. Una ametralladora Kalashnikov por $949,99. O un rifle semiautomático AR-15 por $599,99: el mismo estilo que pudo comprar Salvador Ramos, con 18 años, para matar a 19 niños y a dos maestras en la escuela primaria Robb, de Uvalde, Texas, a casi seis horas de aquí, el 24 de mayo de hace dos años.

Todo luce violento. Y a la vez luce como una feria corriente. Un señor con una pierna mecánica. Perros para adoptar. Una mujer le da el biberón a su bebé y otra con short y tenis se recuesta al hombro una escopeta casi de su altura. Un hombre en chancletas estudia un rifle. Venden el Nuevo Testamento y balas en un mismo estand. Kits de primeros auxilios. Se te escurren niños entre las piernas. Uno de ellos abre una pistola Glock con rapidez. Alguien tropieza conmigo y se disculpa.

Me da curiosidad una pieza de plomo maciza con forma de pistola que hay en una de las 1.200 mesas. Pregunto si es un juguete. Tan perdido ando. Es un prototipo para probar cartucheras. El vendedor tiene 70 años y trata de convencerme de la importancia de las cartucheras. A su hija, hace tiempo, un hombre la asaltó por la espalda en la calle. Ella tenía una de esas para guardar el revólver bajo el brazo. Medio inmóvil como estaba, lo alcanzó y le disparó al hombre. “Deben tener su arma las mujeres”, me dice el vendedor. Fabrica las fundas en su casa. Lisas o con dibujos en relieve, cada una diseñada para colocarla en una parte específica del cuerpo.


‘Es paradójico. Si nadie tuviera un arma nadie tendría que cuidarse de otra’.


Hay armas antiguas de colección y otras nuevas y brillantes. Un afilador de cuchillos que te los deja nuevos por $5. Espráis de gas pimienta, miras telescópicas, manoplas filosas, navajas ocultas en peines para el pelo o con diseños de un gato rosado, de Batman y de Punisher. Hay quien camina entre el público vendiendo sus escopetas con carteles que especifican el precio y el modelo. Se las ofrecen a los expositores o tratan de hacer intercambios. Varios así. Pregonando en silencio.

Hay una mesa fancy con pistolas que parecen pavorreales. Barrocas, extravagantes, en una vitrina. Una, por ejemplo, es dorada brillante y tiene grabada la frase “El Jefe de Jefes”, que es una forma de llamarle al ex capo de las drogas, Miguel Ángel Félix Gallardo. Otra es idéntica, pero en el cabo tiene un tono verde, y tiene grabado “El Gallo”, que es una forma de decir envalentonado o duro de vencer. Todas cuestan alrededor de los $4.000. Es como un altar a la narcocultura. He visto pocos latinos aquí.

Los votantes latinos, en general, no son adeptos a las armas. Solo el 38% de ellos las defienden, según el Pew Research Center. Sin embargo, más de la mitad de los latinos que simpatizan con el Partido Republicano prioriza el derecho a poseer armas por encima del control de estas.

Ilustración de Franco Zacha para palabra

 
 

Tony, un mexicano de 22 años con quien me cruzo en la escalera mecánica mientras salgo a fumar, me cuenta que está a favor de las armas siempre que sean para defenderse. “Porque Texas es violento. ¿Sabes cuántos asesinatos hay en las escuelas?”. Claro que lo sé. Solo este año, uno en abril, en Arlington, y otro en Houston, en agosto. Dos personas fallecidas en los 66 incidentes con disparos que han ocurrido en escuelas texanas en lo que va del año. Y cinco heridos. Le pido a Tony encender mi grabadora mientras habla. No responde. Acelera el paso rumbo al aparcamiento. “No suelo venir a este tipo de eventos”. Se aleja.

Es paradójico. Si nadie tuviera un arma nadie tendría que cuidarse de otra. La gente pelearía a patadas, dientes y puños. Con el arsenal natural que traemos. Sería más justo.

En el mismo aparcamiento, me topo con Joseph, también mexicano, de 25 años. Dice que le gustan las armas pero controladas. “Como tengo a mi hijo, cuando salgo con él, siempre la cargo. Pero no la voy a sacar si no la tengo que sacar”. Ahora mismo no la trae. Ni a su niño. Dice que votaría por el candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, como, al parecer, todo el mundo en el Gun Show. Pero no votará. 

Dios no es más omnipresente que Trump aquí adentro. Ni más alabado. Afiches, gorras, llaveros, banderas con inscripciones como “Jesus is my savior, Trump is my president” (Jesús es mi salvador, Trump es mi presidente), su cara en un falso billete de cien dólares. Postales y pegatinas con la foto dramática de cuando sobrevivió  al atentado en el cual fue herido en julio pasado. Puño arriba, la cara ensangrentada, rodeado de guardaespaldas. Y esa imagen también la lleva un anciano en el espaldar de su silla de ruedas. “Make America Great Again” (Haz América grande de nuevo). “Biden wasn’t elected, he was installed like a toilet” (Biden no fue elegido, fue instalado como un inodoro). Trump, Trump.

El actual candidato republicano se comprometió en febrero a proteger los derechos de los dueños de armas. En un encuentro con miembros de la Asociación Nacional del Rifle, el exmandatario se proclamó como “el mejor amigo que los propietarios de armas de fuego hayan tenido jamás en la Casa Blanca”. Y recordó que en su etapa como presidente no cedió sobre este asunto, pese a las presiones que, según dijo, se ejercieron sobre él.


‘Yo sé que, por las cosas que han pasado, pues les echan la culpa a quienes las venden. Pero eso es un negocio como lo es un supermercado’.


“Yo voy a votar siempre en contra de lo que digan los demócratas”, me asegura María Peña, una cubana residente en Dallas, que este año va a votar por primera vez en Estados Unidos. Adivina por quién. Le pregunto si las propuestas políticas sobre este asunto influyen en su decisión. Responde que sí, que ella está de acuerdo con algunas regulaciones aunque no con otras.

“¿Con cuáles está de acuerdo?”.

“Con que controlen más quién las porta y dónde las usan, pero no con que las eliminen”.

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En realidad, el Partido Demócrata no ha planteado erradicarlas totalmente, como ha insinuado Trump. En un acto de campaña en Atlanta, en agosto, el multimillonario afirmó que su rival electoral demócrata, Kamala Harris, “apoya la confiscación obligatoria de las armas”. Esto, según él, dejaría a los estadounidenses “indefensos”. Sin embargo, la propia Harris ha dicho que sí respalda la Segunda Enmienda pero con “leyes razonables de seguridad”.

“No vamos a quitarle las armas a nadie, así que basta de mentir continuamente sobre estas cosas”, afirmó la abogada durante el primer debate entre ambos candidatos, en septiembre. De hecho, confesó que ella tiene un arma, al igual que Tim Walz, el candidato demócrata a vicepresidente.

Hasta el momento, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y Harris solo han propuesto la prohibición de los fusiles de asalto (como los AR-15) y de los cargadores de alta capacidad. También apuestan por fortalecer el control de antecedentes delictivos de los compradores de armas.

Un mes después de la masacre en Uvalde, Estados Unidos promulgó la Ley Bipartidista de Comunidades Más Seguras, la más importante al respecto en las últimas tres décadas. Una laguna legal permitía las transacciones de armas sin registro y sin verificación de antecedentes penales en ferias como este Gun Show. La nueva norma cambió el panorama. Ahora todos los vendedores tienen que realizar la verificación de antecedentes penales a menores de 21 años.

Peña, la cubana que piensa votar por Trump, tiene una pistola .380 desde hace seis o siete años. En aquel momento, la pagó, la guardaron, chequearon eventuales antecedentes penales que ella pudiera tener y, hasta que no confirmaron que estaba limpia, no se la entregaron. Un trámite de dos o tres días. Aquí, según me explica un expositor, esta comprobación puede tardar unos 15 minutos. Y, si no tienes permiso para portar armas, igual puedes conseguirlas con tu licencia de conducir, si eres mayor de 21 y apruebas el chequeo de antecedentes. Así lo permite la ley local desde 2021.

Ilustración de Franco Zacha para palabra

 
 

El expositor sabe que soy primerizo y me recomienda un arma con seguro; si es doble, mejor. Me cuenta un accidente que ocurrió hace un par de meses en un evento como este. Un empleado disparó contra otro. En el pecho. No hubo muertos. Por eso me insiste con lo del seguro. También me aconseja que escoja alguna que pese poco y a la que le quepan muchas balas.

¿Y tengo que darle mantenimiento?, pregunto. ¿Dónde busco municiones? Jorge Estrada, guatemalteco, me explica que sí tengo que limpiarla cuando la use. Y, de vez en cuando, ponerle aceite. No es tan complicado. “Como la mía es muy demandante, a veces hay problemas para conseguir balas. Solo te venden dos cajas cada vez”, me cuenta. Él tiene una Smith & Wesson 9 milímetros desde hace cinco años. Le costó $550 en una tienda deportiva, la misma donde una caja de 115 balas cuesta unos $25.

“¿Ha tenido que usarla alguna vez?”.

“Hasta ahorita no, gracias a Dios”, me contesta Estrada.

“¿Le daría miedo hacerlo?”.

“Depende. Si estoy en una situación muy riesgosa, pues claro que la voy a tener que usar”.

Su trabajo consiste en recoger dinero de las agencias de envío de remesas y depositarlo en el banco. Mueve cash. Por eso anda protegido. “Pero yo soy muy precavido con eso. En mi casa hay niños, entonces yo sé dónde la tengo, y le quito la cartuchera (el cargador), que esté vacía, por aquello de que inconscientemente alguien la encuentre y se quiera poner a jugar”.

Estrada votó por Biden en las últimas elecciones nacionales y ahora lo hará por Trump. Es ciudadano hace unos 20 años y no se considera ni demócrata ni republicano. “Lo que ellos (los demócratas) quieren hacer es ponerles más candados para que menos gente pueda comprarlas. Pero no es que tú entras a la tienda y vas a comprar una como si fueran chicles. Yo sé que, por las cosas que han pasado, pues les echan la culpa a quienes las venden. Pero eso es un negocio como lo es un supermercado”.

Un hombre de ojos verdes deambula con un chaleco antibalas como si fuera el saco de un esmoquin. Otro, barba y camisa a cuadros, blindado como un militar con miedo en el paraíso: fusil a la espalda, pistolas en la cintura, una corta y la otra hasta la rodilla. Y gorra de camuflaje. Conversa con otros dos, beben refrescos, se ríen. Pasa un niño patinando.

Lo más caro que veo es un revólver Chiappa Rhino niquelado por $1.299,99. Una pistola Colt 1911 .38 Super por $3.199. Y un rifle Barrett 82A1 de francotirador por $11.050. Es el ensayo de una guerra contra nadie por si algún día cae la guerra real. Y yo, por si acaso, estoy considerando llevarme un arma de electrochoque taser, que cuesta $20 y sirve, por lo menos, para darle un corrientazo a un delincuente que se me cuele en la casa. Me daría la chance de salir corriendo como un venado mientras se levanta.

Aunque tal vez nunca se cuele nadie y lo compro por gusto.

Nunca se sabe.

 
 

Jesús Jank Curbelo es un periodista cubano. Ha escrito textos en inglés y español para medios de prensa de Estados Unidos, Argentina, Perú y otros países. Es autor de una novela titulada Los Perros (2017). @jankcurbelo

Franco Zacha es un ilustrador de Buenos Aires, Argentina. Para él, la ilustración es el lenguaje del alma. Al combinar el mundo que lo rodea con conceptos atentamente diseñados, Franco captura emociones mediante la belleza y la solemnidad. Hoy, su trabajo es frecuentemente publicado en las páginas del New York Times, New Yorker, y The Atlantic. @francozacha

Wendy Selene Pérez es una periodista mexicana viviendo en Texas. Ha trabajado como reportera local, periodista de datos y cronista a lo largo de dos décadas en México, en Argentina y en Estados Unidos. Su trabajo se centra principalmente en temas de justicia social, desaparición forzada y rendición de cuentas. Ha colaborado con El País, Animal Político, Letras Libres y The Texas Tribune, entre otros. Es editora freelance de palabra. Ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo en México. @wendyselene