Conquistando un hogar
Cómo un programa sin fines de lucro en la Florida está intentando reducir la brecha que impide que las familias de los trabajadores agrícolas tengan mejores oportunidades académicas y económicas
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Una mañana húmeda de primavera en Lake Worth, Florida, con temperaturas en torno a los 80 grados Fahrenheit, Alejandrina Velasquez llega temprano a la clase de alfabetización económica de las 9:30 a.m. en el Consejo de Coordinación de Trabajadores Agrícolas del Condado de Palm Beach. Las cerca de alrededor de 20 sillas plásticas, colocadas en un pequeño estacionamiento, ya están ocupadas. Velasquez toma asiento en la parte de atrás del salón de clases improvisado. Media docena de niños pequeños, algunos jugando con los teléfonos de sus mamás, también están aquí. Por momentos, la maestra detiene su lección en español por el estruendo de los camiones en la autopista cercana. Le explica al grupo de trabajadoras agrícolas que en “el sistema capitalista en este país” las compañías de tarjetas de crédito pueden ofrecer líneas de crédito a personas incapaces de solventar los pagos.
Velasquez, de 40 años, migró a Lake Worth hace una década desde las montañas de Guatemala, una zona que estuvo azotada por una guerra interna cuando ella era una niña. En el Condado de Palm Beach, ha cosechado tomates y calabazas bajo un sol abrasador, trabajo con el que ha mantenido a sus cinco hijos. No tiene educación formal. Sus padres mandaron a sus hijos varones a la escuela, pero no a sus hijas. Aun así, dijo, la vida en Lake Worth es “mucho mejor” que en Guatemala.
El Consejo ha sido un refugio para Velasquez y su familia, brindando apoyo a sus necesidades básicas y el alivio de ser parte de una comunidad que enfrenta batallas parecidas.
En el programa sin fines de lucro, los trabajadores sociales adaptan los servicios de acuerdo a las necesidades de cada familia, dijo la directora ejecutiva, Denise Negrón. Los hogares califican para recibir servicios si ganan 30% por debajo del ingreso familiar medio del Condado de Palm Beach, y esto los incluye en la categoría de “ingresos extremadamente bajos”. Ese monto varía dependiendo del tamaño de la familia; una familia de cuatro integrantes debe ganar $27,750 o menos para calificar a los servicios. “La agencia les brinda una seguridad que no encuentran en ningún otro lado”, dijo Negrón.
Junto con la alfabetización financiera, las clases para adultos del Consejo enseñan computación e inglés diseñados para incentivar la autosuficiencia y autoconfianza de las familias. “Les estamos enseñando cosas básicas que necesitan saber para que la vida en este país les sea más fácil”, dijo Paola Velásquez (ninguna relación con Alejandrina), una psicóloga que dirige los programas educativos en Lake Worth. Para los niños, hay un programa extraescolar deliberadamente pequeño que incluye enseñanza del idioma y actividades culturales. Negrón destacó un programa de amigos por correspondencia con niños en América Latina a través del cual los participantes tuvieron la oportunidad, en el pasado, de escribir sobre sus experiencias de inmigración y sus vidas en la Florida.
El Condado de Palm Beach suele asociarse con riqueza. El complejo vacacional Mar-a-Lago del expresidente Donald Trump está a cuatro millas de Lake Worth. El multimillonario Bill Gates es dueño de un rancho de caballos en las cercanías. Pero el condado también alberga a una comunidad de trabajadores agrícolas que con frecuencia pasa desapercibida. El Condado de Palm Beach es una potencia agrícola, con $1,400 millones en ventas anuales de caña de azúcar, maíz y pimientos, entre otros cultivos.
Al menos 15% de los 2.4 millones de trabajadores agrícolas que se estiman que hay en Estados Unidos migran en la temporada de cultivos. Los desafíos que enfrentan estos trabajadores y sus hijos son considerables, dijo Yumary Ruiz, profesora adjunta de salud pública en la Universidad Purdue, cuyas investigaciones se enfocan en las poblaciones vulnerables con énfasis en la juventud. Ruiz y Zoe Taylor, profesora adjunta en el Departamento de Desarrollo Humano y Ciencia Familiar de Purdue, realizaron una investigación sobre las circunstancias externas de los niños migrantes de zonas rurales de Indiana y su vida interior. Sus conclusiones muestran que los hijos de trabajadores migrantes agrícolas enfrentan altos niveles de depresión, ansiedad y estrés económico. Ellos hablaron de experiencias negativas con otros estudiantes y con sus maestros, además de interrupciones de los estudios, como el tener que dejar la escuela antes de que termine el año escolar y empezar en una nueva con semanas de retraso.
Negrón, cuya organización atiende tanto a familias de trabajadores agrícolas migrantes como a las que están asentadas, dijo que “muchos (de los padres) no tienen ningún tipo de educación”. Cuarenta y cinco por ciento de los clientes de su organización sin fines de lucro son indocumentados, lo cual, dijo, suele impedir que la gente solicite asistencia pública, incluyendo servicios de salud por insolaciones o accidentes en el trabajo. “Tienen un temor constante a ser deportados”, dijo.
En 1960, CBS News transmitió “Harvest of Shame” (Cosecha de Vergüenza), un documental sobre trabajadores agrícolas migrantes, en particular trabajadores blancos y afroamericanos, que mostró que muchos de sus hijos no terminaban la escuela. El clamor popular que desató ayudó a que en 1965 se estableciera el Programa de Educación Migrante, una iniciativa federal. El programa provee subvenciones a los distritos escolares estatales para asegurarse de que “los niños migrantes alcancen estándares académicos altos y que se gradúen con un diploma de secundaria” o su equivalente. Jorge Echegaray es el encargado del programa federal en el Condado de Palm Beach, el cual ofrece servicios a unos 2,300 niños que incluyen desde asistencia para la inserción en programas preescolares o recorridos por universidades, hasta becas universitarias. “Académicamente, creo que estamos haciendo bastante”, dijo Echegaray. Pero, agregó, todavía quedan desafíos incluso más grandes para las familias migrantes, como falta de tecnología en casa, atención médica insuficiente e inseguridad alimentaria. “Una vez que nuestros niños están en casa, no tienen los recursos”, dijo.
A nivel nacional, la tasa de deserción escolar de niños cuyos padres migran para realizar trabajo agrícola promedia entre 45% y 50%, según el Departamento de Educación de Estados Unidos. Las causas incluyen el aislamiento social y cultural, la pobreza y la falta de continuidad en la educación. Los fondos del Programa de Educación Migrante están destinados exclusivamente a los hijos de trabajadores agrícolas migrantes que viajan más de 75 millas para trabajar.
Las organizaciones sin fines de lucro como el Consejo de Coordinación de Trabajadores Agrícolas del Condado de Palm Beach, establecido en 1978, pueden ayudar a un espectro más amplio de personas, incluyendo familiares de trabajadores agrícolas asentados, o familias que viajan menos de 75 millas para trabajar. El financiamiento del Consejo proviene de una combinación de fondos públicos, donaciones privadas y subvenciones de fundaciones. El año pasado, el Consejo le brindó asistencia a 2,737 personas con servicios que van desde tutorías después de clases y educación para adultos, hasta apoyo social, tal como ayudas de emergencia para el alquiler y alimentos. A la familia de Alejandrina Velasquez le pagaron un mes de alquiler cuando su pareja se lesionó al caerse mientras arreglaba el techo de una casa rodante. Ella ha llevado a tres de sus hijos a clases de apoyo escolar organizadas por el Consejo, en las que han recibido ayuda con sus tareas y actividades de acercamiento a las artes.
La organización tiene dos sedes. Una, en Lake Worth, en la que se atiende a trabajadores agrícolas que en su mayoría han llegado de Guatemala y que hablan idiomas indígenas como Mam, una lengua maya, dijo Paola Velásquez. La segunda, en Belle Glade, en el borde oeste del Condado de Palm Beach, atiende en gran parte a familias de trabajadores agrícolas de Haití y otras partes de América Latina y el Caribe. Cosechan vegetales y caña de azúcar. (Fue en Belle Glade donde se grabó “Harvest of Shame”).
En cuanto a las familias de trabajadores agrícolas se refiere, “este grupo de personas para mí son diamantes en bruto”, dijo Paola Velásquez. “Veo mucho potencial aquí. No tuvieron acceso a la escuela secundaria o a la universidad y no es su culpa. Si están en los Estados Unidos, entonces quieren una mejor vida para sus hijos”.
Una tarde reciente en la sede de Lake Worth, Aurora Rincón, una artista venezolana, le mostraba a un pequeño grupo de niños fotografías de colchas narrativas — colchas que cuentan una historia con diseños e imágenes —, creadas por la artista Faith Ringgold. Rincón le pidió luego a los niños que elaboraran sus propias colchas con papel. Rincón dijo que las clases de arte semanales ayudan a los niños cuyas familias están en modo supervivencia a aprender “cómo crear, cómo asegurarse de que tengan confianza en lo que hacen”.
En el salón de al lado, Paola Velásquez juega con los niños más pequeños porque ninguno trajo tarea ese día. Pero cuando sí traen sus tareas, “están aprendiendo a leer”, dijo Velásquez. “Están aprendiendo fracciones, a contar por centenas, a reconocer centímetros y pulgadas, ese tipo de cosas”.
En las conversaciones públicas sobre este grupo de niños, se pierden de vista las fortalezas que poseen. “Miras los periódicos, ves artículos, y ellos generalmente hablan de las poblaciones latinas, de cómo tienen poca educación, de cómo hay un alto riesgo de abuso de sustancias en esta población, especialmente (en) pandillas, (que existe un) debut sexual temprano”, dijo Ruiz, la profesora de Purdue. “Nunca se cuenta el otro lado de la moneda de esta población”. En sus investigaciones, Ruiz descubrió que los niños estaban conscientes de las batallas que libran sus familias, pero que “estaban aprendiendo lecciones de esas experiencias difíciles”.
Para las familias que realizan trabajo agrícola, el involucramiento de los padres puede lucir un poco distinto. Los maestros y administradores escolares pueden dar por hecho que un padre que falta a una reunión con un maestro o no trabaja como voluntario en la clase de su hijo es indiferente a su éxito académico, dijo Ruiz. Pero los horarios de trabajo y las limitaciones al hablar inglés pueden impedir su participación en actividades escolares.
El camino accidentado hacia el éxito que deben transitar los hijos de los trabajadores agrícolas migrantes queda claro un martes reciente por la noche en Hola Fuel de South Military Trail en Lake Worth. Detrás del mostrador, Nory Ortega, vestida con jeans y una blusa de trabajo de Hola, vende boletos de lotería, refrescos y gasolina a una oleada de clientes. Ortega comenzó a trabajar aquí hace ocho años, cuando estaba en la universidad. Sigue trabajando medio tiempo aun después de recibirse en una maestría en administración de empresas y mantener un segundo empleo en la oficina de admisiones de su alma máter, la Universidad Lynn en Boca Ratón. Los padres de Ortega son extrabajadores agrícolas migrantes que seguían los cultivos en la Florida con sus hijos a cuestas. Con el tiempo, sus padres se establecieron con empleos locales, su padre haciendo paisajismo y su madre limpiando casas.
Ortega participó en el Programa de Educación Migrante del Condado de Palm Beach y, como estudiante de secundaria, ya estaba involucrada en servicio comunitario y participaba en recorridos por universidades patrocinadas por el programa. Además, descubrió el Consejo de Coordinación de Trabajadores Agrícolas del Condado de Palm Beach, que le otorgó una beca universitaria. Su madre también tomó clases de computación en el Consejo hasta que se le hizo demasiado difícil por su horario de trabajo.
La gasolinera donde Ortega trabaja hoy en día queda a unas pocas cuadras de la casa rodante en la que ella y su familia vivieron cuando llegaron de México. Queda cerca de la casa de un piso que ella y su esposo compraron hace par de años, donde ahora viven con los padres de Ortega, su hermano y un tío.
La historia de Ortega es un punto luminoso entre los obstáculos que enfrentan las familias de trabajadores agrícolas. En una conversación por WhatsApp, Alejandrina Velasquez dijo que entre los desafíos que enfrenta están la falta de una licencia de conducir, junto con dificultades para pagar el alquiler, el agua, la electricidad y otras facturas. Hace un mes, dejó de llevar a sus hijos al programa extraescolar del Consejo porque se quedaron sin el aventón del que dependían para llegar. Es demasiado lejos como para caminar.
Aun así, Velasquez mantiene esperanza. “Mi anhelo es ver un día a mis hijos grandes, ya con una profesión, ya graduados, lo que yo nunca tuve”, dijo.
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Allison Salerno es una periodista independiente de multimedia establecida en Georgia y en el sur de la Florida. Su trabajo se enfoca en la alimentación, la agricultura y la innovación social. Allison encuentra los hilos de una historia que luego teje y comparte, como las fuerzas económicas y políticas que afectan a las personas comunes y corrientes. Su trabajo ha sido publicado en The Washington Post, The Christian Science Monitor y emisoras de NPR.
Saúl Martinez es un fotógrafo y camarógrafo independiente que vive en el sur de la Florida. Se especializa en fotografía documental, de retratos, editorial y de noticias. La visión de Saúl y la manera en la que aborda su proceso de trabajo le permiten documentar la vida de una manera creativa, íntima y narrativa, a través de la fotografía. Ha trabajado en la Florida desde el 2017 para varias publicaciones. Antes de hacer el cambio al trabajo independiente, estuvo establecido en Centroamérica, desde 2009, como fotógrafo para las agencias de noticias EFE y Reuters, para las que trabajó durante 10 años desde la Ciudad de Guatemala, Guatemala.