Empresas en Altadena: “Sí, estamos abiertos”
Empleados de G&S Junk Removal podan ramas en una casa dañada por los incendios forestales en Altadena, California. A pesar de la alta demanda de limpieza, la pequeña empresa ha tenido dificultades después de los incendios. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
Así sobreviven los pequeños negocios afectados por los incendios en Los Ángeles.
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José Velázquez tiene 30 años y un bigote espeso que casi oculta su sonrisa; una gorra de béisbol azul con el logo del equipo de Los Ángeles, y su nombre en una pegatina en el pecho del suéter. Camina rápido por la acera, frente a los restos carbonizados de su garaje, en la que ha instalado carpas para repartir donaciones. Coca-Cola, chocolates, leche, agua y películas en DVD se apilan sobre las mesas. Cualquiera puede tomar lo que necesite.
Aquí, en Altadena, California, todos necesitan ayuda. Esta ecléctica comunidad, de aproximadamente 43.000 habitantes en las laderas de las montañas de San Gabriel, es uno de los sitios destruidos por los recientes incendios en Los Ángeles.
La iniciativa de José funciona como una estación de paso de la generosidad. En Altadena, los propietarios de pequeñas empresas afrontan la necesidad de la comunidad y el valor de solicitar préstamos al gobierno federal con tasas de interés del 4,6%. Si son inmigrantes sin los documentos adecuados, pueden olvidarse de una aprobación del préstamo. Muchos llenan sus días limpiando y evaluando con dolor lo que les queda por salvar de su sueño familiar, su pequeña empresa.
José abrió este centro de ayuda unos días después del comienzo de los incendios el 7 de enero. Hizo una publicación en Instagram y pidió donaciones para las víctimas. Comenzó a recibir tanta ayuda que no podía distribuirla solo. Entonces se sumaron voluntarios de la comunidad con más tiendas de campaña con suministros, desde ropa limpia hasta cepillos de dientes.
El impacto económico de los incendios en Los Ángeles supera los $250 mil millones, de acuerdo a AccuWeather, una compañía dedicada al pronóstico del tiempo.
José Velázquez, con una gorra con visera azul, ayuda a un residente en el centro de ayuda que abrió para las víctimas de los incendios forestales en Altadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
Antes de los incendios en Eaton, que comenzaron el 7 de enero, impulsados por los vientos de Santa Ana, y destruyeron casi la mitad de las propiedades de Altadena, José y su esposa tenían un pequeño negocio llamado Exotic Gift Shop, que vendía tarjetas de Pokémon y juguetes coleccionables en todo el estado y en convenciones en Las Vegas, Nevada. “No teníamos una tienda. Teníamos un sitio web y toda nuestra mercancía estaba en el garaje”, explica, mientras corre entre las carpas, organizando cajas de donaciones.
Pero, la noche en la que se desató el incendio, a pesar de que José y sus vecinos intentaron apagarlo, el garaje de la casa se quemó. Todos los juguetes se quemaron. José calcula que perdió $80.000 en mercancía.
“Teníamos muchos artículos coleccionables, llaveros y esas cosas que se usan en los zapatos llamados Crocs. Vendimos muchos de esos y teníamos más de 4.000 estilos. Se perdió mucho inventario allí”.
“¿Tenías seguro?”, le pregunto.
“No. Porque nunca pensé que pasaría algo así. Dije: ‘Nadie nos va a robar nuestras cosas, no va a pasar nada’, y terminó incendiándose”.
“¿Cómo estás pagando las cuentas?”.
“La gente nos está donando dinero, gracias a Dios. Pero tengo que empezar a trabajar pronto porque no estamos ganando dinero en este momento”.
“¿Te refieres a reabrir el negocio?”, quiero saber.
“Sí, a reabrir el negocio”.
“¿Tienes dinero para hacer eso?”.
“Tengo como $2.000 en este momento. Pero eso no es nada comparado con lo que necesito”.
Voluntarios ayudan a clasificar artículos en el centro de ayuda organizado por José Velázquez. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
Catalina, vendedora de flores
Catalina hace cola a las siete de la mañana en el Centro de Empleo Comunitario de Pasadena, California, para recoger donaciones de agua y comida enlatada que están entregando ahí. Es una mujer bajita de brazos gruesos que empuja un carrito vacío de comida. Se recoge el pelo negro y liso en un moño, y lo ata con un elástico verde de tela, blanca, y roja, como la bandera de su natal México. La tristeza se extiende por su rostro.
Se gana la vida vendiendo flores en un pequeño puesto en Altadena desde hace cuatro años. Las compra al por mayor y las arregla en ramos. Como vendedora de flores, ganaba unos $200 a la semana, lo suficiente para pagar el alquiler. Ahora, las flores escasean y las venden a un precio más alto. Cuando, después de un mes del cese de los incendios, volvió a abrir el puesto, apenas vendió cinco ramos en todo el día.
“¿Cómo vas a sobrevivir?”, le pregunto, en el parqueadero de un edificio frente al Centro que han habilitado como punto para recoger donaciones.
“Bueno, vine aquí para ver la comida que me pueden dar. Y mis hijos me están ayudando económicamente. Sí, eso es todo”.
Tiene 38 años y lleva 20 en Estados Unidos. Sus tres hijos, de 20, 18 y 11 años, son ciudadanos estadounidenses. Ella lleva cuatro años intentando regularizar su situación migratoria, sin éxito.
“¿Ya pediste la ayuda para los pequeños negocios?”.
“Accedieron a hablar con nosotros, pero todavía no nos han hablado”, responde.
“¿Cuánto tiempo hace que la pediste?”.
“Hace como cuatro o tres semanas”.
Catalina no tiene los papeles migratorio necesarios para un préstamo federal. Ella prefirió no dar su apellido por temor a ser detenida por autoridades migratorias. Podría solicitar ayuda para las personas afectadas por los incendios a través de sus hijos, ciudadanos estadounidenses.
“¿Qué piensas hacer si no puedes volver a vender flores?”.
“Pues, seguir luchando”.
Gabriel, portavoz de la SBA
Los préstamos de la Small Business Administration (SBA, la administración de pequeñas empresas) de Estados Unidos solo se conceden a empresas registradas. “Las empresas de cualquier tamaño, ya sean grandes, pequeñas, de iglesias o con sede en el hogar, todas pueden recibir ayuda si están legalmente registradas. Deben tener pruebas de cómo operaron y cuántos ingresos tuvieron o pruebas de cuánto dinero perdieron este año en comparación con el año anterior”, explica el portavoz de la SBA, Gabriel Perales, a quien entrevisto en el centro de ayuda que abrió la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) en Altadena.
Gabriel Perales y una colega en la apertura del centro de ayuda de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés), en Altadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
La SBA ofrece ayudas a los pequeños negocios afectados, para que puedan así cubrir carencias económicas (escasez de clientes, por ejemplo) y físicas (reemplazar maquinaria o poner paredes nuevas) ocasionadas por el fuego. Las llaman “ayudas”, “apoyos” o “asistencias”, pero son préstamos con un interés del 4,6%.
Perales dice que los préstamos se pueden solicitar por hasta dos millones de dólares.
“El beneficio es que, aparte de estas bajas tasas de interés, el primer pago no se tiene que hacer hasta un año después de que se apruebe”, explica.
“Suponiendo que no hayan conseguido levantar el negocio lo suficiente como para pagar ese primer pago en ese año, ¿qué pasa?”, le pregunto.
“Bueno, como cualquier otro préstamo, ¿no? Cuando te encuentras en una situación en la que no puedes hacer frente a la deuda, creo que lo más importante es contactar con la SBA. Puede que haya otras alternativas. No te puedo decir ahora mismo si hay alternativas pero, si ves que tu negocio está en apuros en un año, algo puede ayudarte en ese momento”.
También le pregunto si hay alternativas para aquellos negocios que no puedan costear los intereses.
“Estos préstamos son parte del gobierno federal, así que creo que, si alguien intenta buscar un préstamo en otro lado, será difícil encontrar uno más pequeño”, responde. “No hay alternativas. Estamos hablando de tasas de interés fijas que el gobierno establece específicamente para cuando ocurren desastres naturales”.
La SBA recibió más de 3.600 solicitudes y, hasta fines de enero, había aprobado alrededor de 1.400. El monto total de estos préstamos supera los $414 millones.
Jerry, jefe de limpieza
Tres hombres con trajes protectores cortan las ramas de un árbol en el patio de una casa con piscina en Pasadena. Allí vive una mujer mayor. Los vientos arrancaron un trozo del techo de la casa y quebraron las ramas. El equipo está allí para retirar los escombros y restos de árbol. Este es su primer trabajo de esta semana.
“Tengo cuatro camiones de basura y, de los cuatro camiones, hoy tenemos uno trabajando, tal vez dos. Antes, teníamos los cuatro trabajando a tiempo completo”, explica Jerry Gallo, propietario de G&S Junk Removal, una pequeña empresa que ofrece servicios de eliminación de basura. Jerry es un inmigrante mexicano de unos 40 años que montó este negocio seis años atrás. El negocio creció rápidamente. Luego, vinieron los incendios. En enero, sus pérdidas fueron de $75.000, según cuenta.
Jerry Gallo, dueño de G&S Junk Removal, va camino a hacer un trabajo de limpieza en Altadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
Uno podría pensar que un lugar devastado como Altadena sería un paraíso para una empresa como G&S Junk Removal. Pero es todo lo contrario. Jerry ha intentado convertirse en un contratista autorizado por el gobierno para conseguir trabajos más grandes y lucrativos, pero no ha tenido éxito.
De repente, suena su móvil. Un potencial cliente llama por un pequeño trabajo. Jerry acepta. Envía a un joven conductor que llega a una casa solitaria de dos pisos, en una colina. En la puerta hay unas cuantas cajas con revistas viejas, un escritorio casi nuevo y un par de tablones. También hay que sacar un colchón húmedo. En 15 minutos, la faena está completa.
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En febrero, el trabajo más pesado y rentable estaba disminuyendo para G&S Junk Removal por el incendio de Eaton. “Tal vez tenga que vender un camión o tratar de deshacerme de la deuda del otro camión que debo, vendiéndolo o dándoselo al concesionario”, reflexiona Jerry. “Y, tal vez, de 10 personas que trabajan conmigo, solo tendré tres o cuatro”, agregó Jerry, que está buscando opciones desesperadamente.
“A lo mejor yo ya tengo que también montarme una vez más en el camión, como lo hacía antes, y trabajar con alguien, ¿no? Y al mismo tiempo contestar el teléfono”.
“¿Por qué no solicitar un préstamo?”, le pregunto.
“Porque, al final del día, lo debo. Entonces, también tengo que pensar en el futuro; si puedo salvar el negocio sin solicitarlo, o tal vez solicitar algo mínimo, para que después de siete años no esté en la ruina, ¿no?”.
Empleados de G&S Junk Removal limpian una casa dañada por los incendios forestales en Altadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
Adolfo, dueño de un restaurante
En Altadena, en las cuadras que permanecen cerradas con cinta policial porque los equipos de reconstrucción están trabajando en las casas quemadas, veo unas personas entrando a un restaurante. “Sí, estamos abiertos”, anuncia alegremente un cartel escrito a mano.
El lugar se llama Mota’s, como la jerga callejera para referirse a la marihuana. Solo que, en este caso, es el apellido del dueño, Adolfo Mota, un hombre de 56 años con gel en el pelo, barba de perilla y uniforme de chef, que emigró de Jalisco, México, a los 14 años. Empezó como lavaplatos, y ahorró dinero hasta que abrió Mota’s Mexican Food a los 33 años. Le siguieron otros dos restaurantes, que emplean a 40 personas en total. Sus restaurantes escaparon a los daños estructurales que podría haber causado el fuego. Pero los cortes de energía eléctrica le ocasionaron pérdidas por $40.000, por la comida que se estropeó. Adolfo presentó una reclamación a su compañía de seguros.
Adolfo Mota, dueño del restaurante Mota’s Mexican Food, en Altadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra
“Bueno, me quieren dar muy poca indemnización. Y, luego, me van a subir el seguro”.
“¿Cuánta indemnización?”, le pregunto.
“Unos $5.000 por cada local”.
Solo una cuarta parte de sus pérdidas.
“Tendría que sacar otro seguro, pero aquí en Altadena ya nadie quiere asegurarte”.
Tras los incendios, sus restaurantes estuvieron cerrados durante varias semanas. Perdió otros $130.000 en ventas, según Adolfo. Durante ese tiempo, les pagó a sus empleados de su bolsillo. Ahora que han vuelto a abrir, las ventas no han repuntado.
“¿Crees que volverá a crecer el número de clientes?”.
“Con el tiempo, sí. Pero eso tardará dos o tres años”, me responde.
“¿Cómo piensas mantener el ritmo?”.
“Trabajando”.
Hoy, los clientes son pocos. A la hora del almuerzo, entran muchas personas que trabajan en la reconstrucción. Unas horas más tarde, solo dos mujeres y un niño ocupan una mesa para comer tacos.
“¿Tendrás que despedir personal?”.
“No, yo nunca lo haría. Todos tenemos que vivir. ¿Cómo se sentirían si los despidieran porque bajaron las ventas…?”.
“¿Qué tal un préstamo de la SBA?”, le digo.
“No quiero tener otro préstamo, ya tengo 600 préstamos”, dice, exagerando la cifra. “Tengo mi hipoteca, la de mi casa y todo. No puedo con otro”.
“¿Y cómo piensas salir adelante?”.
“Como siempre he salido adelante: trabajando”.
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Jesús Jank Curbelo es un escritor y periodista nacido en Cuba. Ha colaborado con medios de prensa como El País, Milenio y Texas Observer. También ha publicado una novela, “Los perros”. @jankcurbelo
Dianne Solis es periodista independiente. Ha trabajado como redactora para The Dallas Morning News y The Wall Street Journal. Su trabajo ha aparecido en la radio pública KERA, Texas Standard y Texas Observer. Se graduó de Northwestern y California State University, Fresno, y fue becaria Nieman, en Harvard. @disolis