Más que una palabra
Cómo un periodista latinE encontró alegría y libertad en su nombre
Nota del editor: Este ensayo de la serie “Ser Real” forma parte de la iniciativa “Por más periodistas LGBTQIA+ en las noticias” del Comité LGBTQIA+ de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos, palabra y GLAAD el cual busca compartir las historias y la importancia de contratar a más periodistas queer en los medios de comunicación. En cada ensayo se respetó el criterio personal de cada autor en el uso de lenguaje inclusivo.
Cambié mi nombre por primera, pero no última vez, en el verano de 2013. Comencé a explorar mi expresión de género, aunque consciente de que mis sentimientos iban más allá de mi ropa o corte de cabello.
Estaba hambriento de aprender más, así que cuando un verano me mudé a Boston para una pasantía de periodismo, me di la oportunidad de transicionar socialmente en una ciudad donde nadie me conocía.
Por tres meses viví una doble vida; con mi nombre de nacimiento me presentaba ante mis fuentes y firmaba mis trabajos, con mi nombre elegido socializaba en mi tiempo libre. Ya que decidí por cuenta propia cubrir temas de la comunidad LGBTQIA+ el verano del icónico caso del Tribunal Supremo de Estados Unidos Obergfell v. Hodges, tras el cual se legalizaron los matrimonios entre personas del mismo sexo, no transcurrió mucho hasta que mi vida profesional y social comenzó a eclipsar con mis dos nombres.
Cuando regresé a la Universidad de Missouri salí del closet ante mis amigos, compañeros de estudio y profesores como una persona transgénero y no binaria. Luego cambié mi byline (crédito), el cual ha variado tres veces en la última década.
‘En una cultura donde los periodistas intentan mantenerse fuera de la historia, es incómodo pedir a otros que aprecien y entiendan tu género e identidad cultural’.
Con cada nuevo cambio, una nueva ola de ansiedad me golpeó ante lo confuso e inconveniente que podría ser para otros. Todos los hitos de mi transición fueron así: decidir mi nombre, comenzar mi terapia hormonal y someterme a una cirugía de pecho. Los arrastré hasta que se tornaron inevitables. Bromearía si dijera que postergar cada una de esas necesidades demostró que elegí la carrera correcta. Después de todo, estaba bastante acostumbrado a lidiar con fechas límites.
La realidad, sin embargo, era que no tan solo tenía que lidiar con el modo en el que las personas percibían mi transición. El ser latine en una sala de redacción predominantemente blanca cuando yo no lo era significaba que mi nombre, de por sí, era confuso para mis colegas. Con frecuencia pronunciaban en inglés el apellido “Herrera”, lo cuál es incorrecto. Una vez, durante una ceremonia de premiación, mi nombre fue pronunciado mal en seis ocasiones mientras era honrado sobre el escenario. Yo sé que ese percance hablaba más de los organizadores del evento que de mi valor como periodista. No obstante, fue dura la vergüenza que sentí en ese momento.
Desafortunadamente, sé que no me encuentro solo. Otros periodistas latines también luchan públicamente con la pronunciación y la percepción de sus nombres.
Luego de que cambié mi nombre por tercera vez, a pesar de las críticas, la periodista Vanesa Ruíz defendió su pronunciación en español de los nombres de las ciudades de origen hispano en Estados Unidos mientras presentaba las noticias del Canal 12. Así como yo, Ruíz es una colombiana-estadounidense que creció en un hogar bilingüe en Miami. La manera en la que respetuosamente, pero con firmeza, mantuvo su posición, me ayudó a reafirmar lo que deseaba para mí.
En una cultura donde los periodistas intentan mantenerse fuera de la historia, es incómodo pedir a otros que aprecien y entiendan tu género e identidad cultural. Apoyar a colegas de vivencias diversas siempre ha sido parte de la lucha por más diversidad en las noticias. Esto incluye tener a más periodistas transgénero y no binarios latines en las salas de redacción como continuación del trabajo de generaciones de periodistas latines.
En 2023, una vez más, cambié mi nombre por cuarta y última vez. Con el apoyo de amigos y familiares, lo cual incluye un mentor particular que cada cuatro meses preguntaba cómo iba el proceso, finalmente lo hice legal: José María Herrera Tamayo. Así, tan largo y complicado como nadie lo habría pensado, el camino que he recorrido en estos últimos 10 años ya no es gracioso. Hoy, soy parte de la larga generación de periodistas latines que han luchado para que sus nombres sean pronunciados correctamente.
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