Para las adolescentes latinas, un costo mental

 

Karen Mestizo mira su teléfono móvil en su dormitorio en la Universidad de Brown, donde cursa primer año. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

 
 

En Estados Unidos se están registrando aumentos dramáticos en depresión y enfermedades mentales entre las adolescentes, pero las redes sociales y la pandemia han empeorado aún más los desafíos para las latinas y otras jóvenes de color. La terapia culturalmente relevante, las iniciativas educativas integrales y las respuestas comunitarias pueden ayudar

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La familia de Karen Mestizo agradeció la oportunidad de compartir más tiempo juntos en su hogar de Stratford, Connecticut, cuando la pandemia de COVID-19 se desató en la primavera de 2020. Su mamá cocinó grandes comidas mexicanas para un grupo de familiares que estaban en una “burbuja” que incluía al papá de Karen, a su hermana mayor, su hermano menor, un tío y un amigo de la familia.

Karen Mestizo, que en aquel entonces cursaba su primer año de secundaria, aumentó considerablemente de peso en unos meses. Se sentía insegura respecto a su cuerpo y le costaba el aprendizaje a distancia porque le significaba mucho tiempo. Su Chromebook, proporcionado por la escuela, era tan lento que ella se despertaba a las 6 a.m. para empezar las tareas y después asistir a las clases virtuales. A menudo, no terminaba la tarea hasta la medianoche. Su estrés empeoró después de que descubrió el conteo de calorías en TikTok. Algunos días, apenas comía. Su familia no sabía cómo apoyarla de manera eficiente.

“Lo más difícil del desorden alimentario es que mi familia no entiende del todo que es un problema mental. Realmente siento culpa cuando como”, dijo Mestizo, que ahora tiene 18 años y se encuentra en su primer año en la Universidad de Brown.

Mestizo en su dormitorio de la Universidad de Brown. Aunque desarrolló un trastorno alimentario en la escuela secundaria, le resulta más fácil comer regularmente en compañía de sus nuevos amigos universitarios que sola. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

Entonces, su padre, que trabajaba en la industria de servicios gastronómicos, perdió su empleo temporalmente debido a la pandemia. Así que, en el segundo año de Mestizo en la secundaria, la familia se mudó a un apartamento económico en el edificio de una iglesia. El apartamento tenía ventanas rotas y una ducha de la que solo salía agua extremadamente caliente. Mestizo y sus hermanos no se sentían seguros al salir a la calle; en dos ocasiones, personas bajo el efecto de drogas o alcohol orinaron en el estacionamiento de la iglesia y, una vez, un desconocido se asomó a la puerta del apartamento cuando estaban solos en casa. Mestizo no dormía bien y se levantaba muy temprano, a veces a las 3 a.m., para manejar una exigente carga de cursos de nivel avanzado. “Eso me puso en un entorno realmente estresante”, recordó. 


‘Ser adolescente es un reto. Estamos entre ser niños y ser adultos. Estamos avanzando en ello. Estamos aprendiendo cómo hacerlo’.


Mestizo no está sola. Adolescentes de todo el país describen la presión intensa a la que se ven sometidas para verse y vestirse de cierta manera, destacarse académicamente y en actividades extracurriculares, y para satisfacer a todo el mundo, desde sus pares hasta sus padres. Aunque dicho estrés siempre ha sido parte de la adolescencia, los Centros para el  Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) descubrió que llegaron a un punto crítico debido al aislamiento y al trauma generados por el COVID-19, además de los efectos de la tecnología siempre activa y del implacable tribunal de las redes sociales. Muchas adolescentes sienten que serán juzgadas y criticadas hagan lo que hagan. Culpan a las culturas escolares que no combaten la misoginia cotidiana, la homofobia, el racismo, el hostigamiento y el bullying, además de un sistema de salud mental que es difícil de manejar, que carece de recursos eficaces y que puede incluso exacerbar una crisis por un diagnóstico equivocado o por separar a los adolescentes de sus sistemas de apoyo.

Mestizo toma un receso de sus estudios en la Universidad de Brown para revisar sus perfiles en redes sociales. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

Los desafíos de la adolescencia se agravan cuando se trata de jóvenes de color. Muchas muchachas afroamericanas, de color e indígenas sienten la obligación de hacer que sus familias se sientan orgullosas y pagar así años de sacrificios hechos por sus padres y abuelos, los cuales muchas veces sufren traumas como consecuencia de la discriminacion, de experiencias de inmigacion desgarradoras y del racismo.

Luzmary Hernández, una chica de 18 años de Silver Spring, Maryland, agradece las décadas que su madre pasó trabajando para mantener a la familia luego de que inmigraran desde El Salvador hace un cuarto de siglo, en un principio ganándose la vida como criada mientras el padre de Luzmary permanecía en su país de origen por un tiempo. 

“Cuando tenga una carrera, con suerte podré dejar que mis padres se jubilen”, dijo Hernandez, quien recibió una beca que le permitió matricularse en la Universidad de Maryland en otoño de este año. “Se lo debo a ella y a mi papá por todo lo que han hecho. Han escalado montañas por mí”. 

Las muchachas de color también enfrentan barreras en la asistencia médica, como el estigma que rodea a los tratamientos de salud mental. Encima de eso, les puede costar desarrollar una identidad fuerte que reconozca la cultura individualista estadounidense en la que se han criado y, al mismo tiempo, que honre las raíces culturales de sus familias. Ellas y los expertos que las apoyan dicen que las soluciones incluyen programas escolares que aborden las necesidades de las jóvenes en su totalidad y que entrenen a los educadores para apoyar la salud mental, así como una mejor fuente de terapeutas bilingües instruidos en sus culturas para que puedan involucrar eficazmente a los padres en el apoyo a sus hijas.

Mestizo en el edificio del Instituto Watson para Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Brown. Mestizo estudia Ciencias Políticas y le ha ido bien en su transición a la universidad. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

“Hay mucha presión sobre las muchachas hispanas”, dijo Elida Mejía Elías, de 19 años, que recién se graduó de una escuela secundaria de Los Ángeles.

Las latinas enfrentan obstáculos únicos, cree Mejía Elías, desde algunos padres sobreprotectores que restringen la vida social de sus hijas, hasta tener que desenvolverse en el sistema escolar sin el beneficio del apoyo de sus padres porque estos no asistieron a la escuela en Estados Unidos. A esto se suman las dificultades generales de la adolescencia. “Ser adolescente es un reto. Estamos entre ser niños y ser adultos. Estamos avanzando en ello. Estamos aprendiendo cómo hacerlo”, dijo.


‘Quiero que los cuidadores en la vida de estos adolescentes se miren detenidamente en el espejo. Si tienes un adolescente con ansiedad, si tienes un adolescente deprimido, ¿qué está pasando contigo y cómo estás siendo ese sostén seguro?’


Los datos corroboran las experiencias de Mestizo y Mejía Elías: A comienzos de 2023, CDC constató que, en 2021, 30% de las chicas de secundaria reportaron haber considerado seriamente el suicidio. Otro 14% fueron obligadas a tener sexo, un aumento de dos puntos porcentuales en dos años. Un 57% se sentían tan desesperadas o tristes en las dos semanas anteriores que habían suspendido actividades regulares; eso es el doble del número de varones que dijeron sentirse igual.

“Estamos en el cuarto año de la pandemia y todo el mundo muestra un aspecto de burnout (síndrome de desgaste profesional). Los adultos en la escuela han estado tan estresados como los adultos en casa”, señaló Lina Acosta Sandaal, psicoterapeuta y propietaria de Stop Parenting Alone (Deja de Criar Solo), una consultoría de educación para padres con sede en Miami. “Quiero que los cuidadores en la vida de estos adolescentes se miren detenidamente en el espejo. Si tienes un adolescente con ansiedad, si tienes un adolescente deprimido, ¿qué está pasando contigo y cómo estás siendo ese sostén seguro?”

Una nota sobre la cama de Mestizo que hace referencia a un incidente en el que ayudó a una compañera de clase que pasaba por un mal momento. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

Mestizo se trenza el pelo en su dormitorio. Foto de Josephine Sittenfeld para palabra

Presión y escrutinio constante

Naijiha Uddin, recién graduada de la Escuela Secundaria de Ciencias del Bronx, en la ciudad de Nueva York, ve cómo las chicas son silenciadas repetidamente en sus clases y en los pasillos, cómo sus puntos de vista son ignorados, cómo sus voces son ahogadas por los chicos y cómo son juzgadas por sus intereses, apariencia y creencias. "A las chicas se les critica casi desde el minuto en el que nacen", dijo Uddin, de 18 años, que describió las burlas o los insultos como "una misoginia evidente”. “Incluso cuando sé la respuesta correcta (a una pregunta académica), muchas veces me la explican de más y me cuestionan cómo llegué a mi respuesta. A veces, eso me lleva a dudar si estoy en lo correcto”.

Chicas de todo el país describen culturas adolescentes de habitual slut-shaming (tildar de prostituta), de compañeros que saludan a las chicas con insultos sexistas basándose en la ropa que usan o en su apariencia. “Se espera que las chicas se rían y que simplemente sigan la broma”, dijo Uddin.

Las redes sociales amplifican la inseguridad respecto a la apariencia. Incluso algunos videos de TikTok critican la forma del cuerpo de las chicas, como la curva normal del abdomen. "Nos inculcan sentirnos inseguras por algo que es tan natural", agregó Uddin.


‘Los hispanos siempre intentamos librarnos de las cosas porque tenemos que ser fuertes’.


Mejía Elías profundizó en el problema, y dijo que a veces los varones manipulan y explotan a las chicas, sin que haya consecuencia alguna. Agregó que hacen circular fotos de mujeres desnudas y critican los cuerpos de las muchachas, encontrando defectos sea cual sea su aspecto.

Estar sujetas a un estándar de belleza blanco puede ser particularmente doloroso para las jóvenes de color. “Imagina las presiones que las chicas tienen que soportar, con la avalancha de imágenes que definen y de hecho limitan los estándares de belleza, a partir de lo que nuestras jóvenes ven en las redes sociales y por televisión”, dijo Dena Nicole Simmons, fundadora y directora ejecutiva de LiberatED, una organización que centra el amor incondicional, la sanación y la justicia social y racial en la educación y el aprendizaje socioemocional.

Daniella Muñoz contempla su atuendo en un espejo de su casa en Apopka, Florida, donde cursa el último año de secundaria. Fotografías de seres queridos rodean el espejo. Foto de Michelle Bruzzese para palabra

El ideal de belleza blanco está demasiado presente para muchas jóvenes latinas, incluyendo a Daniella Muñoz, que ahora tiene 18 años. Muñoz sentía que las muchachas delgadas de su escuela intermedia de la Florida, donde la mayoría del cuerpo estudiantil era de raza blanca, la juzgaban por sus formas curvas. “Ves a todas las demás muchachas, son muñecas de palitos”, dijo Muñoz, una estadounidense de primera generación cuyos padres emigraron de Ecuador a Orlando. “En plataformas de redes sociales, todas las influencers y modelos tienen un cuerpo delgado. No ves a mucha gente con mi (tipo de) cuerpo”. 

La madre de Muñoz vio a su hija hundirse en la depresión y consumirse por la ansiedad, y buscó ayuda. La terapia ayudó a Muñoz a salir de una profunda desesperación. En la Escuela Secundaria PSI de Sanford, Florida, donde ahora cursa su último año, ha gozado de una experiencia más diversa. “Los hispanos siempre intentamos sobreponernos de las cosas porque tenemos que ser fuertes”, dijo. “Ahora lo tomo un día a la vez y siempre (trato de) ser mi auténtico yo”. 

Entre culturas y el COVID-19

Las chicas se encuentran bajo la lupa justo en una etapa en la que sus cuerpos se están desarrollando y están intentando determinar quiénes quieren ser como adultas jóvenes. Pero el COVID-19 complicó el desarrollo normal de la adolescencia, ya que los jóvenes tuvieron que enfrentar esos cambios normales de sus cuerpos y de sus mentes solos en sus habitaciones durante una circunstancia anormal: encierros por una pandemia. El aislamiento deterioró las habilidades sociales, y las cuarentenas y el aprendizaje a distancia mantuvieron sedentarios a muchos adolescentes.

Leilah Villegas en su casa de Eastvale, California. Villegas, corredora, perdió confianza en sí misma durante la pandemia, tanto en el atletismo como en su vida social. Foto de Julie Leopo-Bermudez para palabra

Leilah Villegas, de Eastvale, California, corría en atletismo y llevaba una vida muy activa en la escuela secundaria. Pero, durante la pandemia, no sintió motivación para entrenar. En décimo grado, comenzó a correr nuevamente, pero solía desanimarse porque era más lenta que sus compañeras de equipo o porque se sentía acomplejada por su cuerpo. “Cuando corro y siento que no puedo alcanzar a todos, me siento realmente mal. Cada vez que me pasa eso, digo que quiero renunciar”, dijo. “Me pregunto si la gente que va delante de mí estará pensando en lo lenta que soy. Si estuviera haciendo esto antes del COVID, sería muy fácil para mí”.


‘Cuando se reanudaron las clases presenciales, los encuentros y momentos cotidianos resultaron extraños para muchos estudiantes que habían estado separados de sus compañeros por un año o más’. 


Después de que lo peor de la pandemia pasó, el regreso a la “normalidad” también fue tenso. Descifrar cómo interactuar con pares luego de que terminara el confinamiento presentó nuevos desafíos, y muchos adolescentes carecían de las habilidades y herramientas necesarias para enfrentar ese momento. Cuando se reanudaron las clases presenciales, los encuentros y momentos cotidianos resultaron extraños para muchos estudiantes que habían estado separados de sus compañeros por un año o más. Las pautas y normas sociales habían cambiado, lo que generaba aún más incertidumbre sobre cómo actuar, y también sobre cómo interpretar el comportamiento de los demás.

“Sentía que estaba mal quitarme la mascarilla durante el almuerzo. No sabía si bajarme la mascarilla y comer, y luego volverla a subir”, explicó Villegas, que ahora tiene 17 años. “Son muchas cosas pequeñas. Digamos que estás caminando por los pasillos… para llegar a la siguiente clase, y ves a alguien. No son tus amigos, pero son tus compañeros de clase. Me pongo a darle vueltas: ‘¿Debo saludar o sigo caminando?’”.

Villegas se alista para hacer ejercicio en el gimnasio de la casa de su familia. Su madre es entrenadora personal. Foto de Julie Leopo-Bermudez para palabra

Reyna, una estudiante de 18 años que cursa su primer año de universidad en Santa Ana, California, y que pidió no ser identificada por su nombre completo para poder hablar de un tema que considera delicado, a veces se siente más cómoda con una mascarilla porque no quiere ser acusada de “mask fishing”, que significa querer lucir mejor con la mascarilla puesta y no revelar una “nariz extraña o labios más anchos” al quitársela. “Esconderme debajo de una mascarilla era una manera de sentirme más a gusto. No era para cuidarme del COVID, sino más bien una forma de seguridad para que la gente no viera lo fea que me percibo a mí misma”, dijo.  

Cuando Reyna cayó en depresión en décimo grado, su madre buscó terapia pero le dijo que lo mantuviera en secreto por la estigmatización que esto conlleva en su cultura mexicana. Ni siquiera su padrastro se enteró durante el primer semestre. 

Reyna no es un caso aislado; muchos adolescentes con depresión o ansiedad tienen una identidad bicultural, ya que crecieron con la cultura estadounidense en la escuela y con la cultura inmigrante latina en casa, dijo Goldie Barajas, quien recientemente obtuvo un doctorado en psicología por la Universidad Internacional Alliant. La cultura mexicana y muchas culturas centroamericanas ven con malos ojos expresar emociones o sentimientos negativos, porque piensan que insistir en un problema lo empeorará. “Si estás deprimida, los padres piensan que eso significa que necesitas estar más ocupada. Necesitas limpiar o encontrar un nuevo pasatiempo. Tienden a tratar de buscar soluciones inmediatas”, dijo Barajas. “Esto nace de un lugar de amor. Nace del hecho de que los padres no tienen la capacidad de sentarse con sus emociones y con el malestar de ver a sus hijos sufrir”.

Villegas frente a retratos de su niñez en el pasillo de su hogar en Eastvale. Foto de Julie Leopo-Bermudez para palabra

Con la ayuda de su terapeuta, Reyna aprendió habilidades para superar la presión: anotar metas, reflexionar sobre la vida y ponerle atención a necesidades básicas, como mantenerse hidratada y hacer ejercicio con regularidad. Los terapeutas también pueden ayudar a familias completas, especialmente mediante la terapia familiar funcional, que trabaja con los valores culturales de una familia para identificar las intenciones y creencias subyacentes de los padres, de modo que los hijos puedan recibir ayuda sin rechazar sus raíces ni culpar a sus padres. 


‘Apoyar a la juventud latina y a las adolescentes en general implica que tengan acceso a empleos, vivienda, atención médica, educación que sea equitativa y que refleje la experiencia de esa juventud’.


“El trauma es algo omnipresente en nuestra sociedad en este momento”, dijo Mercedes Martínez, una psiquiatra radicada en Chicago, y señaló un sistema de atención de salud mental roto, estrés financiero, racismo y sentimientos antinmigrantes como factores que contribuyen a la depresión, la ansiedad y la tendencia suicida en adolescentes. “En un país con más de 1,500 leyes antinmigrantes y retórica antinmigrante, eso puede ser muy desmoralizante para una latina”.

Leslie Priscilla, fundadora de Latinx Parenting, en Santa Ana, agregó que los problemas sociales más generalizados ejercen presión sobre las familias y empeoran el estrés de los jóvenes. “Apoyar a la juventud latina y a las adolescentes en general implica que tengan acceso a empleos, vivienda, atención médica, educación que sea equitativa y que refleje la experiencia de esa juventud”, dijo. “Esas son cosas muy concretas y por ellas tenemos que luchar, no solamente por el individuo”.

Muñoz estudia en la cocina de la casa de sus padres en la Florida. Foto de Michelle Bruzzese para palabra

Soluciones escolares y comunitarias

Las medidas más urgentes para abordar la crisis de salud mental en los adolescentes son terapeutas y consejeros culturalmente competentes, idealmente bilingües, y la normalización de la terapia, dijo Martínez. En este contexto, competencia cultural significa, entre otras cosas, que los profesionales de la salud mental reconozcan cuándo la implicación de los padres en la vida de sus hijos adultos jóvenes no es necesariamente una intrusión problemática, sino más bien reflejo de valores culturales. El objetivo es que las adolescentes latinas puedan incorporar los puntos fuertes de ambas culturas a su identidad en lugar de verse obligadas a rechazar una de ellas, agregó.

Las estrategias de supervivencia que les permiten a los padres llegar a Estados Unidos y hallar el éxito a veces causan rupturas en las relaciones con sus hijos, según Lizett Gutiérrez, una terapeuta bilingüe indígena radicada en Denver. “Cada vez más familias están abiertas a la idea de permitir que alguien hable con ellos sobre sus luchas y también valide sus perspectivas, sus historias, (y les enseñe) un lenguaje centrado en las emociones, lo cual puede ser algo nuevo y desconcertante", dijo Gutiérrez. “El cambio en general puede llenar de temor a muchas personas”.

Un programa con sede en Houston llamado FuelEd entrena a educadores de kínder a decimosegundo grado (K-12) para aumentar su inteligencia emocional, desarrollar destrezas para apoyar al niño integralmente y para mejorar las relaciones con los estudiantes, familias y otros profesores. Los entrenadores ponen énfasis en desarrollar habilidades de empatía, comunicación y autenticidad para que los educadores puedan ofrecer apoyo en salud mental y fortalecer la resiliencia de los estudiantes, dijo Damanique Williams, una entrenadora de FuelEd, programa que apoya a educadores de todo el país. Hay evidencia de que en las escuelas donde  las relaciones entre profesores y estudiantes son más fuertes hay menos bullying, menos deserción escolar, más capacidad para resolver conflictos, mejor salud mental y adultos más satisfechos con sus empleos. También mejoran las calificaciones de los estudiantes y la asistencia a clase.

Muñoz en su habitación. Foto de Michelle Bruzzese para palabra

“Si un niño tiene por lo menos a un adulto en su vida que realmente esté comprometido en asegurarse de que sea visto y escuchado, será increíblemente resiliente sin importar lo que esté sucediendo en su casa, sin importar el trauma colectivo”, dijo Williams. “No tienes que ser terapeuta de trauma; simplemente tienes que velar por los estudiantes”.

“Los profesores pueden acercarse a los estudiantes y brindarles apoyo de un modo que los terapeutas no pueden”, señaló, especialmente cuando las familias son reacias a la terapia. “Como terapeuta, no puedo hablar con los niños sin consentimiento (de las familias), pero si la profesora de Historia decide crear un grupo, ella puede utilizar esas mismas habilidades y los padres serán receptivos a eso. Ella puede ingresar a espacios a los que los terapeutas de salud mental no pueden ingresar”, dijo.

También se requieren esfuerzos fuera de las escuelas. Como un programa que pertenece a la agencia de salud mental comunitaria WellPower de Denver: el grupo Voz y Corazón utiliza la expresión creativa para desarrollar la autoconciencia y el sentido de comunidad, permitiendo que los jóvenes latinos que han luchado con enfermedades mentales se expresen a través del arte. La meta es desestigmatizar las enfermedades mentales, incluyendo los pensamientos e ideas suicidas.

Para vencer la estigmatización asociada a la búsqueda de apoyo en salud mental y generar  confianza en la comunidad, algunos programas capacitan y trabajan con “promotoras”, "personas de confianza que, por un lado, identifican las necesidades de los miembros de la comunidad que pueden repercutir en su salud mental, y, por otro, pueden responder a estas". Por ejemplo, las promotoras comparten información sobre bancos de alimentos, programas de enriquecimiento y atención médica. “Entre más escuchen y vean que realmente existe (apoyo para la salud mental) en su comunidad, menos miedo les va a dar inscribirse o presentarse”, dijo Gutiérrez.

Muñoz juguetea con una pulsera que dice “self-love” (amor propio), un regalo de su madre. Foto de Michelle Bruzzese para palabra

Lo que también ayuda es cuidarse unos a otros. Garvey Mortley, una joven de 14 años de Bethesda, notó que una de sus amigas estaba cada vez más callada y aislada. Pese a los intentos de Mortley por acercarse, la muchacha no se abría. Hasta que un día reveló que tenía pensamientos suicidas. Mortley la animó a buscar una línea de ayuda o a contárselo a sus padres. “Es difícil encontrar el camino cuando no hay comunicación”, dijo.

Asegurar la atención en salud mental para los chicos de todas las razas y etnias ayudará a frenar la crisis, según Simmons. “No puedo decirte cuántas veces he acudido a terapeutas blancos que me han convertido a mí en el problema y no al sistema”, compartió. “Necesitamos diversificar el campo de la salud mental, aumentar el acceso a recursos de salud mental de calidad y desestigmatizar la atención en salud mental”.

Todas las adolescentes entrevistadas para este reportaje dijeron que les pidieron a los adultos que las escucharan, que les creyeran a las chicas, que dejaran de desestimar sus preocupaciones como si fuera teatro,  y que les proporcionaran recursos que realmente las respaldaran, tanto en la escuela como fuera de ella.

Mortley consideró que "la escuela también contribuye mucho a la depresión, especialmente cuando los estudiantes quieren sobresalir demasiado”. "Es difícil obtener buenas calificaciones", dijo. “Te pasa factura”.

Una combinación de soluciones que incluyan a la juventud, la familia, la escuela y la comunidad tiene el potencial de apoyar la salud mental de las adolescentes y garantizar que la próxima generación pueda prosperar. "No podemos desplegar una legión de terapeutas, pero podemos crear programas que marquen una diferencia para muchos niños”, dijo Williams.

Katherine Reynolds Lewis es una periodista galardonada de ciencia que cubre temas de infancia, salud mental y del comportamiento, educación, raza, género, discapacidad, y otros temas relacionados para The Atlantic, The New York Times, Undark y The Washington Post, entre otros medios. Su libro “The Good News About Bad Behavior” surgió a partir de la historia más leída en la revista Mother Jones. Katherine es graduada en Física en Harvard, fundadora del Instituto de Periodistas Independientes y excorresponsal nacional de Newhouse y Bloomberg News.

Josephine Sittenfeld es una fotógrafa y cineasta radicada en Providence, Rhode Island. Su trabajo ha sido publicado en The New Yorker, The New York Times, Aeon Magazine y Shondaland, y exhibido en el Museo de Albuquerque, el Museo de Arte de la Universidad de Princeton, el Museo de Queens y el Museo RISD. Su documental sobre el desarrollo de un joven con autismo filmado a lo largo de doce años y titulado "Growing Up Ethan", forma parte de la exposición itinerante "The Outwin 2022: American Portraiture Today", de la Galería Nacional de Retratos Smithsonian, que actualmente se exhibe en el Museo de Arte Ackland de UNC Chapel Hill.

Julie Leopo es una fotoperiodista galardonada que explora la cultura, la política, la identidad y temas sociales, y a quien le apasiona amplificar las historias de comunidades biculturales y bilingües mediante sus fotografías. En 2021, Latino Journalists of California, CCNMA nombró a Julie una de las “Periodistas latinas más influyentes de California” y, en 2022, quedó en segundo lugar en el prestigioso Premio de Periodismo Rubén Salazar por su reportaje sobre la comunidad de la playa de Oxnard.

Michelle Bruzzese (ella) es una fotógrafa que se especializa en retratos e historias de interés humano. Su trabajo ha aparecido en numerosas publicaciones, incluyendo People Magazine, Time Magazine, Bloomberg, NPR the FT Weekend y otras. Es una estadounidense de primera generación; sus padres emigraron de Italia y de Ecuador. Se graduó de la Escuela de Diseño Parsons, en la ciudad de Nueva York, con una Licenciatura en Bellas Artes en Fotografía y en la actualidad está radicada en la región central de la Florida. Encuentra su trabajo en michellebruzzese.com

Julie Schwietert Collazo es una escritora, editora, verificadora de datos y traductora bilingüe, además de ser cofundadora y directora de Immigrant Families Together, una organización sin fines de lucro creada en 2018 para responder a las políticas de separación familiar. Junto con Rosayra Pablo Cruz, escribió The Book of Rosy/El libro de Rosy, publicado por HarperOne y HarperCollins Español en 2020. Ambas autoras aparecen en el documental “Split at the Root/Dividida en la Raíz”, que se transmite en Netflix.

Nathalie Alonso es una periodista cubanoamericana radicada en Queens, Nueva York, donde nació y se crió. Sus escritos han sido publicados en varios medios, incluyendo National Geographic, Outside, Refinery29, AFAR y TIME for Kids. También es autora de varios libros para niños,  entre ellos: “Hispanic Star: Sonia Sotomayor” y “Hispanic Star: Ellen Ochoa” (Roaring Book Press, 2023); “Old Clothes for Dinner?!” (Barefoot Books, 2024); y “Call Me Roberto!” (Calkins Creek, 2024). Forma parte del cuerpo docente de la Fundación Highlights. Desde 2006, Alonso ha trabajado como productora editorial, traductora y reportera para LasMayores.com, la página oficial de las Grandes Ligas de Béisbol. Es licenciada en Estudios Estadounidenses por la Universidad de Columbia. Conoce más sobre su trabajo en NathalieAlonso.com.

 
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