Voluntarios en Los Ángeles: “Somos el pueblo salvándose a sí mismo”

 

Brigada de voluntarios con la organización Centro de Jornaleros limpiando la ciudad de Pasadena, California. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

Aunque entre los más vulnerables en el sector laboral, un grupo de jornaleros — muchos de ellos inmigrantes latinos — se volcaron a las calles de Los Ángeles como voluntarios para ayudar en la recuperación después de los incendios. El periodista Jesús Jank Curbelo se sumó a sus filas por una jornada.     

Nota de la editora: Este artículo es un ensayo personal que refleja las perspectivas, visión y experiencia de su autor.

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Hoy 28 de enero soy parte del equipo de voluntarios que va a limpiar la ciudad de Los Ángeles, California. Casi llego tarde porque el metro es lento debido a la cantidad de gente que sube tan temprano. Son las 7:50 a.m. y ya todos están listos para salir. La fila de camiones está parqueada en paralelo frente al Centro de Jornaleros de Pasadena, California, el punto de partida de cada mañana.

El jefe de la brigada, Eduardo (se ha omitido su apellido para proteger su identidad debido a su estatus legal) me da tiempo para recoger mi uniforme, una camiseta anaranjada de mangas largas que lleva impreso “volunteer” (voluntario) en la espalda y “solo el pueblo salva al pueblo” por delante. Somos el pueblo salvándose a sí mismo. Sin cobrar nada, trabajando en las horas libres que tenemos por querer ayudar. El jefe también me da tiempo a que recoja dos burritos de pollo. Me los alcanza María Zamorano, una mujer bien sentimental. Se le aguan los ojos cuando le digo que hoy no estoy aquí como periodista sino como voluntario. Ella también es voluntaria. La tarde anterior la entrevisté y también terminó con los ojos húmedos. Me da un café hirviente que me tomo mientras corro hacia el camión.

Un muchacho colombiano al que llaman el Paisa me tiende la mano. Yo soy malísimo cuando se trata del movimiento físico. Si tengo que sostenerme de una manivela para subir un pie, es muy probable que acabe en el piso riendo de mí mismo. Y el Paisa se dio cuenta con tan solo mirarme.

Me como los burritos al subir y anoto que hace 41° Fahrenheit. Vamos acá atrás, agachados para protegernos del viento, con botas y capuchas puestas, rodeados de rastrillos, escobas, mantas, tanques plásticos vacíos. Se escucha música trap del móvil del Paisa. Hay un muchacho, como de 16 años, mexicano, silencioso, wasapeando. Y yo, medio agitado todavía, trato de sujetarme, de tomar notas y, al mismo tiempo, de encuadrar bien las fotos.

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El 8 de enero, el día siguiente al comienzo de los incendios en Los Ángeles, una veintena de jornaleros se reunieron voluntariamente para limpiar la ciudad. Comenzaron en una esquina del Centro de Jornaleros que los conecta con posibles empleadores. La comunidad empezó a sumarse y, en poco tiempo, empezaron a llegar hasta 1.500 voluntarios por día de todas partes del país.

Se dividieron en dos secciones: limpieza de calles y distribución de donaciones. Según Swany Barahona, coordinadora de esta última área, se organizaron en carpas en las que, respectivamente, se repartía agua, productos para bebés, vegetales y frutas, comida enlatada, ropa y zapatos, y juguetes. 

En las brigadas de limpieza típicamente trabajaban unos 120 voluntarios en 20 camiones particulares; el Centro de Jornaleros cubre los gastos de combustible. Los días más duros, llegaron a botar tantos escombros que llenaban el basurero que habilitó la ciudad para ese propósito.

Algunos jornaleros, también afectados por los incendios, recibieron tarjetas de regalos, comida o ropa de las donaciones. Pero nada más.

 

Área de distribución de donaciones para las personas afectadas por los incendios afuera de las oficinas del Centro de Jornaleros en Pasadena. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

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Tengo una mascarilla y unas gafas plásticas que me dio Eduardo, el jefe de la brigada, pero se le olvidó darme guantes, así que, cuando quiero acordar, estoy recogiendo gajos de árboles y montones de tierra con las manos desnudas. Los demás, el mexicano, el Paisa y otros tres hombres de esta brigada que llegaron en otro camión, están recogiendo con palas y rastrillos. Lo mismo echan la basura en los tanques que la apilan en las mantas. Hay montones de escombros prácticamente en todas los cordones de Pasadena, California. Me da vergüenza que noten qué mal se me dan las herramientas.

También hay tres mujeres en la cuadrilla. Somos nueve en total, 10 con el jefe; latinos todos. El mejor inglés lo habla el jefe y lo utiliza solo cuando es necesario. Hace un rato, por ejemplo, llegó una mujer entaconada a quejarse del trabajo de la Ciudad como si fuera nuestro trabajo. Desde la acera, gritó en inglés que iba a poner un complaint (una queja), mientras recogíamos, en la calle frente a su casa, el desastre de matas que había dejado el viento de más de 80 millas por hora. El jefe le explicó que éramos voluntarios. Ella dio la vuelta y se metió en su casa.

Como estamos a la orilla de la calle, una de las mujeres de la brigada alza una señal de “stop” (pare)  que pone “slow” (lento) en el revés. Ocupamos casi un carril completo de la Avenida South Allen. Los carros que van a doblar a la derecha tienen que hacerlo desde el carril izquierdo. Sin nosotros, igual tenían que hacerlo de esa forma; la basura casi bloqueaba la esquina.

—Cuiden las herramientas. Cargamos 11 (herramientas) y siete cubos, ¿sale? —dice el jefe.

Por fin le pido los guantes.

Estoy tratando de contar los tanques que vaciamos pero no tiene sentido. Cuando están llenos, los llevamos al hombro hacia el camión: subimos la rampa metálica, vaciamos el tanque, volvemos a bajarlo. Otras veces, se queda alguien arriba que lo vacía por nosotros. Cuando la caja del camión está llena, la tapamos con una malla.

 

Área de herramientas para voluntarios en las oficinas del Centro de Jornaleros. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

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María Zamorano, mientras separa los huevos buenos de los huevos rotos, en la cocina del Centro de Jornaleros:

Yo vivo en Highland Park, cerquita de aquí, y soy la ‘milusos’. Limpio casas, limpio oficinas. Hice una pequeña compañía y doy trabajo a mis compañeros cuando tengo para dar. Ya la edad me cayó, pero he tratado de mantenerme y de ayudar al que puedo, y también de pedir ayuda porque la necesito.

Soy mamá de cuatro hijos y seis nietos. Dependen de mí mis padres y una hija que tengo todavía medio chica. En mi casa, no hubo afectación. Hubo afectación en las casas que yo limpiaba. Las siete que tenía, digamos, de forma fija, fueron afectadas por el incendio. Uno (tantea para ver si hay trabajo), los patrones no te contestan. Nada más uno me dijo: ‘Pues, no sé si mi casa se quemó o no, luego te aviso, Mari’. Ahorita estamos como cuando empezamos, sin tener nada.

Tengo como unos 38 años por acá (en Estados Unidos). Soy de México, del estado de Colima. Crucé como cruzan todos, por el cerro. Por la necesidad.

Soy una de las personas que llega aquí a las seis de la mañana para dar desayuno a las brigadas que andan limpiando las calles. Y, pues, ya se va uno comido, más la ayuda que te dan de llevar comida de aquí. Mira, nos regalaron zapatos nuevos y, pues, ¿qué más le pide uno a la vida?”

 

María Zamorano en el Centro de Jornaleros. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

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—Uy, aquí sí hay basura. Hasta pa’ hacer una choza —dice el Paisa cuando nos bajamos en Avenida Allen y la calle Revere Alley.

El Paisa es el cómico del equipo. Moreno, alto, de unos 25 años, tiene la complexión de alguien que levantaba pesas hace tiempo y luego subió de peso. De hecho, ahora nos topamos un tronco, él afirma que ese cilindro macizo pesa 140 libras mínimo, y dice que él entrena y sabe cuánto pesan las cosas. Trata de levantarlo él solo, pero no, no puede. En realidad, no creo que el tronco pese tanto como él dice. De todos modos, lo cargamos entre cuatro. Es difícil meterlo en el camión, porque cuatro personas no pueden subir la rampa a la vez, así que nos toca alzarlo. Uno, dos, tres: levanten. Digo que, máximo, pesa 100 libras. Nadie está de acuerdo. 

Tecleo con un dedo por los guantes. Las gafas plásticas en la cabeza y la mascarilla al cuello. Dice Eduardo que debería usar la mascarilla porque todavía hay gases y el aire es tóxico. Pero es incómodo estar quitándomela para escupir y secarme el sudor. Además, no hemos estado tan cerca de la zona crítica de los incendios. Por donde andamos, no hay casas quemadas ni equipos de reconstrucción ni el paisaje apocalíptico que vi en Altadena, California, cerca de las montañas, 10 minutos al norte de Pasadena, donde había cuadras enteras oscurecidas que daba miedo mirar. Techos en el piso, jardines quemados. Aquí sí hay daños, pero mínimos comparados con aquello, y debidos más al viento que al fuego.

Eduardo reparte volantes del Centro de Jornaleros en las cuadras en las que paramos a trabajar, por si algún vecino necesita contratar empleados. Me cuenta que él trabaja en electricidad, en plomería, en lo que sea. Y que, a veces, salen personas a sus portales a repartir snacks o agua, aunque yo no he visto a nadie. Apenas a un conductor que bajó la ventanilla y gritó “Thank you” (gracias) desde un automóvil Tesla. Y a otro que se ofreció a mover su carro para que limpiáramos su garaje.

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Maurilio Campoverde, mientras reparte garrafas de agua en el parqueadero que habilitaron como punto de ayuda:

Venimos de los jornaleros de San Bernardino, a 55 millas de aquí. Nuestro grupo se llama Hermanos Unidos. Somos 10. Ya con hoy van a ser cuatro días que estamos acá.

Soy de Michoacán (México). ¿Qué tiempo llevo aquí (en Estados Unidos)? Ah, 39 años. A lo regular, yo trabajo en construcción y ni enero ni febrero tengo trabajo. Por eso decidí ayudar y todos mis amigos también quedamos de acuerdo en ayudar aquí.

Primero, limpiamos el área, sentamos las carpas. Luego, viene el representante que nos dice dónde poner los pallets, y ya organizamos la comida. Yo estaba allá donde estaba la fruta, pero me mandaron para acá. A estas personas que vienen caminando, yo les entrego su agua. Cada familia, dos aguas. Si es una persona sola, también son dos. Si son dos familias juntas, les entrego cuatro”.

 

Maurilio Campoverde repartiendo botellas de agua a gente de la comunidad. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

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El chofer del camión está cortando un tronco enorme con una motosierra. Ya son las 11:30 a. m. y hemos dado vueltas por todo Pasadena limpiando calles. Lo mismo en cada parada: frenar el tráfico y dejarlo todo brillante en 20 minutos. Eduardo se guía con un mapa que le entregan en el Centro de Jornaleros cada mañana. Casi siempre son calles secundarias.

Cuando el tronco está hecho pedacitos, los subimos al camión. Los pedazos saltan por el aire, y te pinchan la cara y los brazos. Me acabo de dar cuenta de que las gafas plásticas son para proteger los ojos. El tronco era más grande que aquel de las 140 libras y más grande que cualquiera que hayamos visto. Para estos casos, está la motosierra. Solo Eduardo y el chofer del camión están certificados para usarla.

—Si quieres ir al baño, me avisas —me dice Eduardo. Supongo que será para llevarme en su camioneta a una gasolinera o a un restaurante. Pero nadie ha ido. Parece un tipo duro con su cara seria bajo el casco amarillo. Sin embargo, se viene abajo cuando me habla de las políticas antiinmigrantes del presidente Donald Trump.

Sale un poco el sol. Hay 55° Fahrenheit.

—Al mediodía, busco los lonches (en el Centro de Jornaleros). Los que quieran ir al baño van conmigo —dice Eduardo mientras confirma cuántos somos para saber cuántos almuerzos trae. 

Dejamos limpio el sitio y subimos al camión que carga la basura. Tenemos que buscar cómo acomodarnos entre tanta porquería. Donde sea que entremos, ahí nos quedamos.

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Eduardo, el jefe de brigada, cinco minutos antes de almorzar:

La labor de nosotros en este momento es colaborar para que se den cuenta de que los hispanos siempre estamos unidos para ayudar a la comunidad. Yo soy guatemalteco y, en el grupo, andamos gente de Colombia, de Venezuela, de México. Le andamos poniendo muchas ganas. 

Yo tengo 35 años de estar en este país. Más que todo, tengo dos hijos. Los pude sacar adelante, son profesionales. Yo sigo siendo una persona indocumentada, pero me siento orgulloso porque he logrado muchas cosas con el sudor de mi frente y con la cara en alto, no ‘delincuenteando’, como dice el señor Trump, que somos delincuentes. Me gustaría decirle que mire cómo somos de unidos y que, aunque él haga lo que haga, nunca nos va a poder sacar, nunca nos va a poder doblar las manos. Vengo de otra ciudad que prácticamente no fue afectada, pero pues aquí estamos colaborando.

Vamos a seguir hasta que la ciudad lo necesite y hasta que nosotros podamos ver el efecto que tuvimos para ayudar al levantamiento de esta ciudad. Porque quiero que los afectados de los incendios sepan que no están solos. La comunidad latina está con ellos y vamos a seguir ayudando”.

 

Voluntarios del Centro de Jornaleros terminando de limpiar en Pasadena. Foto de Jesús Jank Curbelo para palabra

 

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Trajimos solo dos cajas de 40 botellas de agua cada una para todos, así que, si abres un pomo, tienes que cuidarlo. Los míos siempre los dejo al borde de la acera y me la paso velándolos.

—No he comido nada. Estoy que me desmayo —dice uno que acaba de vaciar un tanque y que se pone a llenarlo de nuevo con una pala.

Son las 12:30 p. m. Ya no sé cuántas veces hemos subido y bajado del camión, ni en qué calle estamos. Sudo tanto que me amarro el abrigo a la cintura. Eduardo sale a buscar los almuerzos. 

—Tengan mucho cuidado —advierte.

Apoya las voces de periodistas independientes.

Hemos recogido, de acuerdo a mis cálculos, 11 camiones enteros. Como hay dos, siempre vamos llenando uno mientras el otro va a tirar la carga en el basurero. No hemos parado, pero el día se hace más fácil sobre todo por el Paisa, que siempre tiene un chiste. 

Días después, voy a encontrarme al Paisa en la fila de personas afectadas que van a recoger donaciones en el aparcamiento frente al Centro de Jornaleros. Nos saludaremos. No querré preguntarle, pero lo veré triste.

Llega Eduardo. Almorzamos en la hierba. Arroz con pollo y burritos de pollo. Media hora de descanso, y seguimos la rutina de recoger y botar basura hasta las 3:30 p.m. Mientras regresamos al Centro de Jornaleros, veo desde el camión que, en Pasadena, todavía quedan cuadras por limpiar.

Jesús Jank Curbelo es un escritor y periodista nacido en Cuba. Ha colaborado con medios de prensa como El País, Milenio y Texas Observer. También ha publicado una novela, “Los perros”. @jankcurbelo

Nathalie Alonso es una periodista cubanoamericana radicada en Queens, Nueva York, donde nació y creció. Sus artículos han aparecido en numerosas publicaciones, entre ellas: National Geographic, Outside, Refinery29, AFAR y TIME for Kids. También es autora de varios libros para niños, incluyendo Hispanic Star: Sonia Sotomayor y Hispanic Star: Ellen Ochoa (Roaring Brook Press, 2023); ¡¿Ropa vieja para la cena?! (Barefoot Books, 2024); y ¡Llámenme Roberto! (Calkins Creek, 2024). Forma parte del cuerpo docente de la Highlights Foundation. Desde 2006, Nathalie ha trabajado como productora editorial, traductora y reportera para LasMayores.com, el sitio web oficial en español de las Grandes Ligas de Béisbol. Obtuvo una Licenciatura en Estudios Estadounidenses de la Universidad de Columbia. Para conocer más sobre su trabajo, visita NathalieAlonso.com. @Nathalie_Writes